Por Avanti. Contador de Pamplinas.
Y nos volverán a coger de la mano para decirnos que en menos de 40 días todo volverá a empezar de nuevo.
La Cuaresma es ese plato de espinacas con garbanzos los viernes al mediodía, es esa luz que «poco a poco» va creando sombras alargadas a última hora de la tarde, es ese letrero tatuado en el ADN que nos dice que ya podemos hacernos el capirote.
A mí la Cuaresma me huele a caminos entre plazas con abuelas tomando «cervecitas a deshora», me sabe a camarero malaje con mandil y tiza en la oreja y me suena a puerta de Iglesia de barrio.
La Cuaresma es nuestro desfibrilador personal de emociones, es nuestra llave debajo del felpudo…es nuestro hombro donde apoyarnos y contar historias.
Soñar está bien, pero saber vivir una Cuaresma está mucho mejor.
La Cuaresma es la misma todos los años, somos nosotros los que cambiamos. Cambia nuestra percepción, nuestra compañía, nuestra visión de la vida.
La Cuaresma me sabe a ese naranjo de la puerta del cole de Joselito y Marta que todas las mañanas hace gárgaras con mi niñez al regalarme una petalada de azahar, ese azahar que se va acumulando en el alcorque para recordarnos que hay que disfrutar cada segundo.
La Cuaresma es el romanticismo efímero de la chaqueta de mi padre oliendo a incienso mientras yo me como una tapa de atún encebollao.
En verdad la Cuaresma es única y exclusivamente nuestros padres cogiéndonos de la mano para decirnos que en menos de 40 días todo volverá a empezar de nuevo.