Por José Muñoz.
Sigue coleando todo lo que rodea al futbolero culebrón de lo que bien pudiéramos denominar el “kissgate” dada la desmesurada magnitud del caso después de haber ocupado las principales portadas de la prensa internacional y llegado nada menos que hasta el Parlamento Europeo. Quién lo diría.
Viendo todo la que se ha liado y lo que te rondaré morena, me da por pensar que nada de esto habría pasado si la cuestionada celebración deportiva, en vez de ocurrir en la presente época, hubiera acaecido tan solo un poco antes de los pasados años setenta.
Los jóvenes que lean esto -mis hijos, por ejemplo- se preguntarán el por qué de lo que digo. La cosa es muy sencilla: en esa época, los españoles no besábamos a nadie que no fuera de la familia y la felicitación a las futbolistas se habría solventado con un simple apretón de manos. La costumbre de besar a desconocidos es prácticamente de anteayer y es una modernidad que nos fue llegando gradualmente de la besucona Francia que era de donde, por entonces, nos llegaban muchas modernidades, empezando por la de un cine sin censura que aquí desconocíamos.
La costumbre de besar es latina y no concuerda bien con la cultura anglosajona. Basta hacer un recorrido por algunos países para comprobar la incomodidad en determinadas situaciones. Tuve un tío inglés, casado con una hermana de mi madre, que cuando cumplí cierta edad ya no me besaba y solo me daba la mano.
Otra cosa muy distinta es el besuqueo en los países del este europeo. Ahí es donde se aprecia el no va más de la filematologia que es como se llama -Google dixit- la ciencia que estudia en profundidad el beso y en la que, al paso que vamos, más de uno terminará licenciándose.
Es histórico el beso en la boca, no sabemos si consentido, del camarada Brézhnev y su homólogo Honecker -un picovich, supongo, en toda regla- como forma de sellar la paz y amistad entre sus comunistoides pueblos ya en una evidente decadencia ideológica hoy considerada, no obstante, como progresista por eminentes ideólogos de nuestro país. De ahí la esperanza del autor del famoso ósculo federativo de ser absuelto.
El progreso es el progreso y está claro que el besucón Brézhnev fue un adelantado a su época en cuanto a materia de igualdad tanto de género como de raza. Lo mismo se morreaba con Indira Gandhi que con Richard Nixon o Yasser Arafat. Hay constancias de ello en las hemerotecas, no así de los consentimientos. No conviene olvidar tampoco a los que consiguieron salir indemnes zafándose -previa ágil y esquiva cobra- de los excesos afectivos del insigne camarada: Fidel Castro, Margaret Thatcher o Nicolae Ceaucescu entre otros.