Por Raúl Delgado.
Fue uno de esos al que le tocó la primitiva, allá por el año ochenta y siete, un guerrillero de los que no paran de rajar, de los que dicen y recalcan que el tango se escribe con tiza. Ha sido chirigotero, comparsita y corista. Quién sabe si algún día lo veremos en las tablas del Gran Teatro Falla, formando parte de un cuarteto. Yo, sinceramente, no hago apuestas.
Tal vez, su nombre para muchos no importe, si para quien esto les escribe; tal vez lo que guarda y conserva en una vieja habitación, para muchos sean cosas del pasado, pero para muchos, historia viva del Carnaval de Cádiz y Sevilla; tal vez lo vean como un lugar de viejas glorias, pero otros, un museo vivo, de esos que no aparecen en los buscadores de internet ni en aquella guía de museos de nuestra ciudad que describió, mi querido y siempre recordado D. José María de Mena.
Museo lleno de historia, documentos, libretos, tipos, gorros, fotografías, cintas de casete, cartelería… todo como el bien dice, “cosas originales de mi colección». Y es que, entre sus estanterías, uno encontró más documentación para su investigación sobre el carnaval de Sevilla, que en hemerotecas y archivos. Allí se conserva la quintaesencia de lo añejo, puro y clásico del carnaval y con el permiso de quien firma estas letras, diría que es lugar de obligada visita, aunque tampoco quiero llenarle su casa de curiosos carnavaleros, ávidos de ver de cerca un gorro de «La mar de coplas», fotografías firmadas por Antonio Martín o el tipo de «Voces Negras».

Es su vida porque su vida es esa; es su pasado, presente y el futuro quien sabrá; es un museo, es la historia que habla y cuenta las verdades del barquero; es lo que se dejó escrito para que las palabras no se las llevara el viento; es lo que quedó de aquellos días en el Cortijo Los Rosales, el amor, el recuerdo, la vida misma; es un lugar sin puertas porque puertas no se le pueden poner a la historia; museo vivo donde no se concibe otra condición que la viveza por el amor que le profesa a todo cuanto allí se da cita.
Y no, no me he olvidado de quien tiene este museo, donde va dejando una parte de su vida, su nombre, porque lo bueno, siempre se deja para el final, D. José Francisco Narros Egea, pero llámenle Narros.