Por Avanti.
Lo conocí en los años noventa en casa de mi amigo Pepe Clérigo y al verlo pensé: “Joder, este tío es el D. Quijote sevillano”
Rockero que nos hacía bailar sevillanas, sevillano que nos hacía cruzar la bahía y el único que fue capaz de hacer rezar a muchos sin que ellos mismos lo supieran.
El que le puso hasta la saciedad el desfibrilador a Sevilla para que no se convirtiera en una ciudad franquicia, una de esas ciudades con el alma pegado a un cartel luminoso de hamburguesas en pleno centro.
Los Ramones se hubieran girado en mitad de la calle Sierpes al cruzarse con él pensando:“Johnny tenemos a tu sustituto”.
De esas personas que tienen un halo especial; de esas que paren emociones y te las trasmiten; de esas que dan lustre a los azulejos de las calles por las que pasa. De esas que dan pregones, sin carteles anunciadores, en cada respuesta.
En su bigote había más arte que en el Louvre. En sus patas más altura de miras que las de todo el Congreso de los Diputados y en sus letras más verdad que en las notarías de los Remedios.
Si él hubiera pisado Wembley en el 85 hubiera sido portada al día siguiente en The Times a doble página, seguro.
Y es que querido amigo, Pascual González ha sido el único capaz de hacer que el Cachorro viera una tarde de Viernes Santo tanto Sevilla como Triana.