Virginia López.
En nuestro deambular de hoy vamos a pasear por una zona que aúna lo peatonal con el escaso tráfico, a espaldas de la arteria principal de acceso al centro como es la calle Almirante Apodaca.
Y describiremos un arco retrocediendo hasta la zona norte del casco histórico.
Frente a la esquina de la calle Alhóndiga se situaba el edificio que le dio nombre, un antiguo silo de origen musulmán que también servía de fonda (Al-fon-dac). Pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando dejó de funcionar ante el estado ruinoso del edificio.
En su lugar se levantaron los Juzgados que hoy acogen la Hemeroteca y los Archivos municipales y de la Junta de Andalucía, aunque popularmente se le sigue llamando “los antiguos juzgados”. Es curioso ver que pervive como contenedor: de grano a papeles.

Nos situamos delante de su entrada característica, esquinera redondeada, y miramos atentamente el semáforo que hay enfrente que no tiene indicativo para los peatones pero la coordinación con el que está al final de la calle junto con el conocimiento y la habilidad de los sevillanos, permite cruzar sin problemas. Todo un acierto del ayuntamiento ensanchar la acera con ese juego de sentido en los coches.
Ya hemos cruzado. Podemos comprarnos un libro en Reguera y tomarnos una cervecita en El Tremendo. Alimentados espiritual y corpóreamente, nos adentramos en la calle San Felipe que no está dedicada al Apóstol sino a San Felipe Neri.
Una callecita peatonal, junto a la panadería de la hija de Amalia (qepd), que desemboca en la calle Doña María Coronel y que entronca con otra más estrechita aún, dedicada al ilustrado Feijoo y que era la antigua calle “Huebos” como se ve en el rótulo cerámico de Olavide que aún se conserva. Desemboca en la calle Gerona, justo a la altura de una casa con modernos cierres y curiosa cerámica blanquiazul con unos dibujos cuyo significado se me escapa.

Estamos en el barrio de Santa Ángela de la Cruz. Hasta los 29 años estuvo trabajando de zapatera en el taller de Antonia Maldonado que estaba junto al Oratorio de los Filipenses derribado en 1868. Y en la calle Doña María Coronel esquina con Gerona está el colegio de niñas de las Hermanas de la Cruz que hasta bien poquito tenía una sencilla placa gris. Ahora hay una moderna azul con el escudo pero es una pena que se haya perdido ese vestigio “egebero”.
El embriagador olorcillo de los bollitos de Santa Inés del Convento de clarisas nos acompaña así que pasar por el torno es parada obligada antes de enfilar la calle Doña María Coronel hacia Dueñas. Pasamos por un apartamento turístico que ha tenido el detalle de poner en su fachada una placa que habla de la dama del tizón como se la conoció en la Edad Media aunque sus propietarios han preferido llamarlo El escondite de María.
Nos paramos a la altura del número 11 de la calle Dueñas. Voy a revelarles un secreto que ningún sevillano conoce. Si se sitúan mirando a San Pedro delante de la señal de tráfico que marca el límite de velocidad en 30 y el árbol que está al lado: ven el Giraldillo. No hace falta zoom. Solo encontrar el punto exacto porque se mueven un milímetro y se les escapa.
Dejamos a la izquierda la antigua barreduela de San Quintín donde se ve la parte trasera del Palacio de las Dueñas.
Si bonita es la calle Doña María Coronel, no lo es menos la calle Bustos Tavera. Sus evocaciones medievales aún perduran y confieso mi debilidad por ellas. Aunque no puedo evitar recordar con enojo el derribo de la casa palacio que las unía. El artesonado poligonal de la sala de los Zurbaranes del Bellas Artes procede de allí.

Llegamos a la Plaza de San Marcos, quizá hablemos de ella en otra ocasión pues bien merece un artículo monográfico. Podríamos seguir recto por San Luis y llegar igualmente a nuestro destino pero nos perderíamos la genuina Sevilla.
A la calle Castellar, rotulada por el conde homónimo del siglo XVI, le llamo la calle de las “sorpresas”. Acompáñenme a tenerlas. Las verán tanto si entran por San Marcos como por Feria. Desde San Marcos, a la derecha, columbramos la espectacular cúpula de la Iglesia de San Luis. Sabemos que está cerca pero nos epata verla en la estrechez de una calle llamada Maravillas por la advocación mariana pero nunca hubo nombre más oportuno.
Pocos pasos damos cuando llegamos a la siguiente bocacalle a la derecha que con el curioso nombre de la planta Heliotropo, te conduce, mediante una barreduela, a la antigua Fábrica de Sombreros con su chimenea industrial de ladrillo.

Imperdonable sería no girar la cabeza para contemplar la singular Torre de San Marcos y llevarnos otra agradable sorpresa.
Seguimos paseando dejando a la izquierda la fachada industrial del argentino Simón Berris que acoge hoy en sus corralones a artesanos y el Colegio Calderón de la Barca y a la derecha una lápida que recuerda la casa natal de José María Izquierdo. El padre de la Cabalgata de Reyes Mayos nos dejó una de las mejores descripciones de la ciudad en su “Divagando por la ciudad de la gracia”.
Castellar tiene un gracioso giro donde estuvo el Colegio de las Salesianas y casi enfrente está la calle de las chucherías, perdón, del almirante. La calle Churruca está dedicada al héroe vasco de Trafalgar.
Desembocamos en una plaza con forma de ele que nos puede parecer la antigua Plaza de los Carros, hoy Montesión, pero se trata de Almirante Espinosa, que está seguida de la Plaza de los Maldonados – donde se encontró la cruz que dio origen a la Hermandad de la Soledad de San Buenaventura – y ya luego viene Montesión. Son tres espacios diferentes como tres olas que te impelen a la bulliciosa calle Feria.
Feria más que un artículo o reportaje da para un libro, por eso nos quedamos a la vera del callejón Amapola que hace esquina con Infantes, una larga calleja paralela de la sinuosa calle Pedro Miguel. Entre ambas un ramillete de callizos, quiebros y callecitas de gran encanto: Clavellinas, Prada, Mercurio, Lucero. Me atrevo a suponer que solo sus habitantes las conocen; y sus eventuales inquilinos turistas, claro.
La calle Infantes está relacionada con la cercana calle Inocentes. Allí hubo un hospicio para personas recluidas con trastornos de la época aunque los vecinos no se cortaban a la hora de llamarlo el hospital y la calle de los locos. Como curiosidad su nombre anterior, tal y como aparece en un documento del año 1429, era Trastorna pero por su vecino Juan García Trastorna.

Y llegamos a la calle San Blas a la que podemos acceder por San Luis “a tiro hecho” pero preferimos sin duda este deambular que hemos anunciado.
El nombre se debe a la primitiva ermita dedicada al obispo protector de las gargantas que es por donde pasó Doña María Coronel camino del Convento de Santa Clara, refugiándose así del hostigamiento del Rey Pedro el Cruel. Por eso las clarisas encargaron su imagen en 1620 a Juan de Mesa.
