Por Avanti.
Creíamos que lo auténtico era poder ir a verlo cruzando apenas dos calles y cuatro esquinas. Creíamos que lo auténtico era ir a comprar al chino el enésimo cargador del móvil y de vuelta saludarlo. Creíamos que lo auténtico era lo nuestro, creíamos.
Sevilla es más que 41.002, taxis con guiris, trasiego de maletas a primera hora los domingos y calles peatonales con colas en los cajeros automáticos.
Sevilla es más que serranitos a mil quinientas calas y plazas donde la pelea la ganaron los veladores a las pelotas. Sevilla es más que aparcar en el Corteinglé y aceras sembradas de patinetes de colores imposibles que se entregan al mejor postor.
Sevilla es más que la Campana vacía hasta la tercera Cruz de Guía, es más que poder ir andando a sacar la papeleta de sitio de tu Hermandad de rúan.
Sevilla es más que corbatas de Javier Sobrino y O’Kean en la primera fila de los Quinarios, Sevilla es más que “en mesas solo raciones previa reserva”.
Sevilla es también olor a aceite de moto quemado, a ropa de faena tendida por fuera como bandera eterna del currelismo ilustrado. Sevilla también se pinta el rabillo del ojo negro color “he salido a comprar el pan en babuchas del Primark”.
Sevilla es también cuarenta duros en el bolsillo. Sevilla actualiza los días diez de cada mes la libreta y tira los botines viejos para que se queden colgados del cable de la luz. Sevilla también son paredes pintadas color “desconchones porque aquí los niños sí juegan a la pelota en su calle”.
Sevilla es también el mérito de dos horas de autobús y tres transbordos para poder ir a ver al Señor los viernes, aunque solo sea un ratito corto.
Creíamos que lo auténtico era lo nuestro hasta que Él decidió, una vez más, varear nuestras conciencias.
Sevilla es la mirada que el Señor descorcha cuando tú lo necesitas.
En mi pueblo la vida es ese relámpago que pasa desde que el Señor te acompaña de la mano el primer día de guardería hasta que te abraza en el último amanecer.
Sevilla es el Señor.