Por Avanti.
La que te aguanta cuando la cuerda se rompe; la que abre la puerta que los demás cierran; la que pone en negro los rojos de las analíticas.
La que amarra los cordones al que se va a caer; la que da el primer beso y jamás el último; la que echa un puñaito más de arroz por el que pueda venir.
El sol de noviembre, tu playa de diciembre. La nube que pide el agricultor; la pregunta que quería el estudiante o la respuesta que quería el enfermo.
El redoble de Cebrián; un balcón lleno de rimas de Bécquer; el balonazo que entra por la escuadra en la placita y el naranjo de tu barrio que crece contigo desde la niñez.
La estampa que Prometeo cogió de la caja de Pandora y se la guardó en la cartera.
Los ojos de una abuela cuando empiezan a rezar; los de un abuelo cuando termina de aconsejar.
La que te acompaña desde la despedida en el cementerio a la primera convidá en el bar de los recuerdos.
La que hace que entre sístole y diástole cambies de opinión, el manual actualizado que alivia desengaños, la que reparte a espuertas en los hospitales “un día menos hijo”.
El amén de los amenes; la flecha que no da en la diana porque no tenía que dar; la que le lee la cartilla a Cupido. El poster que reina en los puestos del merco.
La que te llena el carrito de la compra cuando la vida te da la espalda. La que mientras recoge la mesa de la cena pone la cafetera porque “mañana será otro día”.
La que jamás deja sola al náufrago. Ella; la Esperanza.