El barquero del Guadalquivir

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Por Raúl Delgado.

En Sevilla, hay gente que sabe de todo, verdaderas enciclopedias andantes, de Semana Santa, feria, fútbol, toros o baloncesto. Algunos con razón y otros con credibilidad cero. Muchos que saben de lo que hablan por lo que han vivido y otros que aun no viviendo nada, también dicen entender de lo sucedido. Como decía mi abuela, de todo como en botica. 

El carnaval de nuestra ciudad, también los tiene, algunos para darles un babuchazo, sabedores de la verdad absoluta y otros con los que sentarse a escucharlos, ya vale compartir ese momento. Y dentro de estos últimos, contados con los dedos de una mano y sin que nadie se me ofenda o pida para mi otro babuchazo, hay uno que sin ojanas ni presunciones, sin creencias ni populismo, sabe más que cualquiera, porque a conocimiento, arte y sabiduría, nadie le supera. 

Macario Blanco, te ha tocado, tú eres maestro de todos, alumno aventajado, narrador de historias, guitarrista a menos, cantaor de atrás, director de chirigotas y verdadera enciclopedia del carnaval gaditano y sevillano. Tal vez la culpa de todo también la tenga la familia de Joselín, ¿verdad? 

Tú, que a los barcos en Astilleros, le dabas más fuerte, que a los nudillos en la barra de las peñas, cuando aparece el compás del tres por cuatro; que con sólo escuchar un acorde, te arrancas por «Los beduinos» o «Los pollitos mi compare»; que en lo alto de un escenario, pegas saltitos como si fueras uno de aquellos chirigoteros de las agrupaciones de Juan Rivero o El Cañaílla y de tus anécdotas saben más que nadie esos otros que también comparten tu pasión por el carnaval, como, Pepe Bolaños, Juan Gómez o Juan Antonio Arce «Nene». 

Hablar de ti, es hablar de Elcano, no del buque escuela, sino del barrio sevillano que te dio un estribillo de ida y vuelta, de algo que te rondaba en la cabeza y que luchaste por ello sin miedo ni vergüenza, de ese paso adelante que había que darlo para formar tu chirigota a finales de los años setenta con los tuyos, con esos amigos que siempre creyeron en tu bendita locura. Le dio nombre a todo esto, más sevillano imposible, «Los barqueros del Guadalquivir», esos que amenizaban fiestas y reuniones, aquellos que vestían con pantalón vaquero, camisa blanca y pañuelo verde al cuello. 

Y es que Macario, que fue barquero, mahometano, caperucito, torero, nena del can-can, obediente señor de la casa de su señora, burro del arriero, mafioso de la banda de Al Caparrones, rico adinerado de la jet a set marbellí, limpiador de cristales y hasta médico, plantó sin saberlo, la raíz de todo el carnaval en Sevilla, que viene dándose desde finales de los años setenta. Y tanto se expandió, que, con los años hasta ahora, es imparable, desde aquellas chirigotas y cuartetos de la barriada de Alcosa y para que no se olvide ninguna, desde la comparsa de Javi Cuevas a las chirigotas de Alvarado o Pablo de la Prida. 

Tú eres más de peña que de teatro, de reunión que, de festival, de pocos a muchos, poco polémico, aunque tenías razón, con el plagio de Curro Telera, de escuchar y sobre todo de enseñar. Que más quiere que te diga, que ya es hora de dejar por escrito tu nombre y todo lo bien que hiciste. Nunca olvides, aunque la historia pase página, aunque no tengas calle, ni peña, que Sevilla, tiene contigo, una deuda pendiente. 

Recuerda aquello que hablamos un día. Ya sabes que tienes que hacer si el Teatro Lope de Vega, acoge un año un concurso carnavalesco en nuestra ciudad. 

Un honor, aprender siempre, del barquero del Guadalquivir

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