Por Avanti.
Y de repente me encontré con mi madre debajo de un techo de palio.
Empezaré por el principio. Es Cuaresma y la vida es tan bonita que te regala un ramillete de recuerdos para que sepas que entre adoquín y adoquín de tu barrio no cabe ningún valle de lágrimas.
Crees que las hojas del calendario, mientras caen al suelo, van rompiéndose sin saber que algunas vuelven treinta años después a susurrarte al oído que la eternidad entera cabe en una simple mirada.
Mi madre, su mirada, es un Palio de vuelta eterno.
Las manecillas del reloj las paró mi madre en ese preciso instante en el que miró ese palio tal y como lo recordaba yo hace más de treinta años. La mirada de una madre jamás envejece.
Antes de que te des cuenta todo serán canas y solo quedará el momento eterno de ti y tu madre viendo ese Palio, y al entenderlo te das cuenta de que la niñez, al igual que los monaguillos en su primera estación de penitencia, siempre va de la mano de tu madre.
Te paren cofrade y ese es el mejor regalo. Regalo que vas desenvolviendo poco a poco a lo largo de tu vida. Regalo que abre las puertas a los sentidos y que no tiene ticket para descambiar.
Quien nace cofrade muere oliendo a incienso y con un programa en el bolsillo de dentro de la chaqueta, que cualquiera sabe si tenemos que explicarle a San Pedro a la hora exacta que pasa la Amargura por Trajano.
Si la Cuaresma tiene algo es eso tan bonito de recordar, de desempolvar caricias de la niñez que creías olvidados. De vivir tantas veces como queramos.
Y es que, querido amigo, la felicidad es creer que detrás de esa esquina que vas a doblar te encontrarás un Palio de vuelta, ahí radica el secreto de la vida eterna; saber que puedes ser feliz en cualquier momento.
Siempre admiro el amor y cariño hacia vuestros mayores: la abuela, ese rato que siempre tenía para todos nietos y por encima de todos TU MADRE … enhorabuena prima y mi felicitación a vosotros José Antonio y Alvaro..