Por Javier Compás.
Ha sido la protagonista del pasado mes de Noviembre, gastronómicamente hablando estos días, en el pequeño mundo, y cada vez más cerrado, de la cocina de vanguardia, la Gala de la Guía Michelin para España y Portugal, acapara las secciones de gastronomía/sociedad de los medios.
Sevilla, ciudad novelera donde las haya, se abre de nuevo a los franceses como puso alfombra roja a las tropas napoleónicas para que el Mariscal Soult expoliara todas las obras de arte que le dio la gana. Ahora, prácticamente de espaldas a la ciudad, sin hacer ningún tipo de promoción de la misma y sin apenas contar con la sociedad sevillana, se le ha puesto en bandeja el Lope de Vega, el Casino de la Exposición… y todo ello en una ciudad ajena a la artificiosa fanfarria gabacha.
Michelin es a la gastronomía lo que la pasarela de París y Nueva York a la moda, una feria de las vanidades donde se exponen diseños que luego no se ven por la calle. Y menos aquí, en la ciudad donde tuvieron que cerrar sus locales los cocineros más “estrellados” de España, el venerado Ferran Adrià y su Hacienda Benazuza, el simpático Martín Berasategui y su efímero restaurante en el hotel M o el andaluz Dani García que, tras su frustrante experiencia en el hotel Colón, no le han quedado ganas de volver por aquí.
Porque, no nos engañemos, al público sevillano se la trae al pairo eso de las estrellas Michelin, es más, muchos lo ven como un camelo, una historia de snobs muy parecida al endogámico mundo de las bienales y las ferias de Arte Contemporáneo. Y quizás no les falte parte de razón.
El miércoles 20 de Noviembre, hemos tenido ocasión de ver, una vez más, ese ejercito uniformado de chaquetillas blancas, ropa antes de trabajo en las cocinas y hoy imagen marketiniana de todo chef que se precie, es como si Messi y Cristiano se presentasen en todas partes vestidos de futbolistas. ¿Temen quizás los cocineros no ser reconocidos si van por la vida vestidos como todo el mundo?
Independientemente del resultado, lo que hay que cuestionar es si el modelo de cocina y de restaurante impuesto por la famosa guía roja francesa es válido para todos, si debemos seguir idolatrando los designios de esa enigmática y prepotente esfinge o, por el contrario, dejar de supervalorar las recomendaciones de la famosa guía de carreteras.
Espectacular articulo. Lo mejor que he leído del paso de Michelin por Sevilla. Enhorabuena maestro