Por Miguel Ángel Vázquez.
La Superliga europea se ha apagado a la velocidad de unos fuegos de artificio. El lanzamiento de este proyecto megalómano y codicioso apenas si ha tenido un par de días de vida, aunque uno de sus principales promotores, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, se resiste a aceptar el fracaso estrepitoso de una iniciativa que ha cosechado el rechazo unánime del mundo del fútbol y de la política. La rápida y contundente respuesta de la UEFA, aficiones, jugadores, federaciones nacionales y el resto de clubes, incluidos los dos de esta ciudad, Sevilla FC y Real Betis, ha frenado en seco la ambición de unas entidades muy ricas que querían asaltar la banca y repartirse el botín.
Con nocturnidad y alevosía, doce de los equipos más poderosos del continente hacían público un proyecto para hacerse con el control de las cantidades desorbitadas que se mueven al calor del deporte rey: el suculento cheque de más de 7.000 millones de euros al año. Los que más tienen en el planeta fútbol perseguían exclusivamente su beneficio económico. Pura avaricia. Se ve esta actividad simplemente desde la perspectiva del negocio y de las cuentas de resultados. La Superliga es la expresión más genuina de la mercantilización en la que anda inmerso este deporte desde hace años. Esta nueva vuelta de tuerca habría supuesto acabar con la solidaridad e incrementar la brecha de la desigualdad hasta dimensiones insoportables. Y es que se iba a constituir un círculo cerrado y elitista de pudientes, atentando contra la competición abierta y reduciendo drásticamente el mérito deportivo.
La firmeza de la UEFA ha hecho descarrilar este proyecto casi sin salir del cascarón. El presidente de este organismo, Aleksander Ceferin, anunció medidas de carácter judicial y deportivo contra los promotores de la Superliga y contra los jugadores que se sumaran a este torneo. Ante esta amenaza, el enfado de sus aficiones y la crítica del primer ministro británico, Boris Johnson, los seis clubes de la Premier League (Manchester City, Manchester United, Liverpool, Arsenal, Chelsea y Tottenham) desertaron de inmediato. Bayern Munich, Borussia Dortmund y PSG, que iban a ser los tres últimos miembros de este grupo de ricos, declinaron la invitación. Quedaban seis. O dicho de otro modo: una liga latina, con tres italianos (Juventus, Inter y Milan) y tres españoles (Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid). Y los colchoneros se han borrado también, al igual que el Inter. Este primer intento está, por tanto, herido de muerte y a falta del certificado público de defunción.
El enfado de Florentino Pérez es bíblico. Empresario de éxito y de formas habitualmente educadas, no pudo disimular su berrinche y su frustración durante la primera entrevista concedida a ‘El Larguero’, de la Cadena Ser, tras el superfiasco. Llamado a presidir este emporio futbolístico, el presidente del Real Madrid no ha encajado con deportividad su desmoronamiento como un castillo de naipes. Los que pretendían dar un jaque mate al fútbol, tal y como lo conocemos hoy, se presentan ahora como víctimas de un contubernio mundial y justifican su codicia en dificultades para llegar a final de mes. Los mismos que ahora lloran como Boabdil por la falta de empatía con sus necesidades están a la puja con cifras astronómicas por estrellas como Mbappé o Haalland para seguir agrandando la diferencia entre los de arriba y los de abajo. Sus lágrimas de cocodrilo no convencen a nadie. Es más, sería para carcajearse si no conociéramos la profundidad de su codicia y sus verdaderas (y aviesas) intenciones.
En esta primera acometida, los promotores de la Superliga han perdido por goleada. Pero volverán a intentarlo, con más furia y sin contemplaciones. El show de Flo no ha acabado. Esta historia tendrá nuevas temporadas. No es por el fútbol ni por el romanticismo hacia unos colores, se trata sólo de dinero.
El show de florentino es como vox hay que frenarlo en seco aunque sea más modosito