Espinacas con garbanzos

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Por Avanti.

Si algo hemos aprendido últimamente en mi pueblo es de cuarentenas. Esas cuarentenas que van y vienen como las golondrinas de Bécquer dejando un rosario de bares vacíos y comercios cerrados, que dan más pena que el último episodio de David el Gnomo.

Ahora nos toca contar los días de una forma diferente, una cuenta atrás de esa “cuarentena” tan nuestra y que tanta vida nos ha dado siempre; la Cuaresma.

Me niego a dejar escapar una Cuaresma de mi vida, me niego a perder el pulso con las noticias y darlo todo por perdido.

Me niego a dejar de quemar incienso y perfumar mi bloque a «quillo quillo quillo que ya se ven los ciriales». Me niego a dejar guardada en el altillo la bola de cera dejándola sola ante esa muerte repentina que es el olvido.

Me niego a ser pesimista y guardar parte de mi vida en el cajón de “lo que te perdiste».

Yo necesito explicarle al camarero todos los viernes que guarde el jamón para el lunes, que yo hago vigilia. Necesito bacalao con tomate, espinacas con garbanzos y estornudar porque los naranjos de mi barrio están hasta las trancas de azahar.

Yo necesito cogerme una papa con mi cuñao mientras nos robamos el turno de palabra para contarle al otro que “los Estudiantes por Contratación deberían de poder recetarlo los médicos “.

Yo necesito escuchar “Coronación de la Macarena» tres veces al día, necesito mirar la corbata color “es Viernes Santo por la mañana y por ahí viene la Carreteria». Necesito leer el más bello epitafio de la espera que existe; “Se hacen capirotes».

Sonríe, querido amigo, porque ya es Cuaresma.

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