Estabilidad

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Por Miguel Ángel Vázquez.

Escuché hace ya un tiempo a Kofi Annan, ex secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), asegurar que el desarrollo es un reto tanto moral como político que debe trascender ideologías e intereses inmediatos y que demuestra que estabilidad y prosperidad son indivisibles, que vienen a ser caras de la misma moneda. Esta reflexión no puede ser más oportuna para un tiempo de tanta incertidumbre como el actual para nuestro planeta. La estabilidad en el espacio público es justo lo contrario de rutina o inercia, representa la clave para generar seguridad, determinación y fortaleza a la hora de afrontar desafíos en todos los momentos y, muy especialmente, en los más complejos.

El alcalde de Sevilla, Juan Espadas, ha sido capaz de hacer un análisis certero de la realidad que vivimos y forjar una alianza pensando en un futuro mejor y con más oportunidades para sus conciudadanos. Espadas, político templado, constructivo, con visión prospectiva y poso institucional, ha sellado un pacto con el grupo municipal Ciudadanos para encarar los principales asuntos de la ciudad durante los tres años que quedan de mandato, una apuesta por la estabilidad que favorecerá la reactivación económica y social tras la crisis del Covid-19. El normal funcionamiento de las instituciones aporta confianza y seguridad para atraer inversiones y crea el contexto propicio para el emprendimiento y la innovación.

Sin entrar en otras lecturas y comparaciones, que ya otros se han encargado de hacer, este paso es un ejemplo de cooperación y diálogo político que rompe la dinámica frentista entre bloques ideológicos y da respuesta a la exigencia de la población sevillana, que demanda, al igual que la española, aparcar la trifulca política, buscar el beneficio colectivo desde la unidad y sumar esfuerzos para aminorar el impacto de esta crisis. Ahora toca anteponer el interés general y el bien común, aunque personajes como la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, vean estos nobles fines como una utopía social-comunista.

Comparto la reflexión del filósofo Daniel Innerarity publicada hace unos días en El País: “Los pactos y los acuerdos son importantes porque no hay otro procedimiento para generar cambio social profundo y duradero. En una sociedad democrática el poder compartido es la mayor fuerza transformadora, si no la única”. Este entendimiento en Sevilla sería un modelo a extender a la esfera nacional, pero la oposición conservadora está tirada al monte porque se resiste a reconocer la legitimidad democrática de un Gobierno progresista surgido tras las elecciones de noviembre de 2019, una coalición que responde a la libre expresión de los ciudadanos en las urnas. Que nos estemos jugando, por ejemplo, 140.000 millones de euros de fondos europeos no modifica la actitud irresponsable de un Partido Popular instalado en la bronca y el ruido, acomplejado por una extrema derecha (Vox) que juega a reventar las instituciones y a sembrar odio, enfrentamiento y división.

Los vaivenes y la inconsistencia de Pablo Casado lo han llevado a emprender un viraje hacia posiciones extremistas y radicales, a embarcarse en una cruzada con tics antidemocráticos que pone en riesgo la recuperación de España. En el cuartel de mando de los populares sólo piensan en desgastar al gabinete que preside Pedro Sánchez, sólo ambicionan el asalto al poder, y parece importarles poco o nada derrotar el virus, la prosperidad de nuestro país y el bienestar de la gente. El PP huye del pacto y prefiere la algarada y la política de tierra quemada.

Siguiendo las palabras de Annan e Innerarity, esta espiral de tensión protagonizada por las derechas no ayuda ni a progresar ni a construir. Cuando se afronta este reto que tenemos como sociedad desde el delirio ideológico, primando las inmediatas urgencias particulares y sin altura de miras, se está boicoteando el desarrollo de nuestro país, las expectativas de futuro de los ciudadanos y la convivencia.

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