A las dos de la tarde del viernes 06 de agosto de 1660 fallecía en sus aposentos de la Casa del Tesoro de Madrid el pintor sevillano Diego Velázquez, a los sesenta y un años de edad. La enfermedad comenzó apenas una semana antes, el 31 de julio, cuando tuvo que retirarse a sus habitaciones tras sentirse indispuesto por una alta fiebre a la que siguieron agudos dolores en el estómago y en el pecho. A pesar de que el monarca Felipe IV, a cuyo servicio se encontraba Velázquez desde hacía treinta y siete años, envió a sus mejores médicos para atender a su aposentador y artista favorito, nada pudieron hacer estos para sanarle por lo que se llamó al Arzobispo de Tiro, y Patriarca de las Indias, para que rezase un sermón que reconfortase el alma del pintor.

Tras su fallecimiento, el cuerpo fue velado en sus aposentos hasta la tarde del día siguiente, sábado 07 de agosto, cuando, tras ser vestido con el hábito de la Orden de Santiago, fue conducido de forma solemne a la Iglesia de San Juan Bautista, muy cerca del Real Alcázar, donde actualmente se ubica la plaza de Ramales, y enterrado en una ceremonia a la que asistieron numerosos miembros y siervos de la corte.

Apenas una semana después, el 13 de agosto, fallecía también Juana Pacheco, hija del maestro de Velázquez, Francisco Pacheco, y esposa del pintor durante cuarenta y dos años, desde abril de 1618, con la que tuvo a sus hijas Francisca e Ignacia.

Concluía así la vida de uno de los mayores artistas de la historia que, tras nacer en Sevilla en junio de 1599, donde se formó e inició su carrera como artista, con obras como la “Vieja friendo huevos”, se trasladó a Madrid en 1623 donde permaneció hasta su muerte, en 1660, al servicio del rey Felipe IV, enriqueciendo el legado cultural español y universal con pinturas como “La rendición de Breda”, “Las hilanderas” o “Las meninas”.