Por Francisco Gallardo.
Dos años hace, querido Ismael, desde aquella infausta mañana en la que lloró la ciudad. Diluviaba, dejándonos a todos la humedad de la pena en la piel y en el alma. Esa fue tu vida, querido Ismael, ir desde la piel al alma como en el hermoso verso de Pablo Neruda.
Por la tarde fuimos a tu querido Umbrete, dejando allí en el recoleto cementerio una de las partes más hermosas de nuestras vidas. Qué atardecer más triste. Haberte conocido justifica, por sí solo, toda una existencia.
Cuánto echamos de menos tu sonrisa Ismael, la palabra justa, la honestidad, tu elegancia para andar por el mundo. Tu sencilla sabiduría contada sin aspavientos. Tus discretos consejos siempre preocupado de ver contentos a los que te rodeábamos. No nos preocupas tú. Seguro que andarás feliz por el claustro del cielo convertido, por fin, en un monje celestial. Más nos preocupa la gente que nos hemos quedado aquí desolados sin ti. Tenemos que sonreír. Tenemos que ser felices. Para honrar por siempre tu memoria.
Todos somos iguales, pero no todos somos lo mismo. Hay gente con luz que pasa por la vida, dejando una huella indeleble sobre la arena que nunca logra borrar la espuma del mar. Reniego de Einstein. No es verdad que el tiempo sea relativo. El tiempo sin ti Ismael es un pesado reloj de arena, un reloj de bolsillo averiado. El reloj de cuco del salón, que se acoplaba a tus últimos latidos, en las últimas madrugadas, se ha quedado ronco. No, no tienen razón Einstein. El tiempo sin ti es largo, ilimitado, inagotable. Y más gris. La vida era mejor cuando tú estabas.
En la Alfalfa, en Umbrete, en Sanabria, nadie olvida al hombre más humano que hemos conocido. Ni lo olvidarán mientras vivamos los que aquí estamos. Los huérfanos de Ismael. Aquí estamos en tus jardines donde dentro de poco florecerá otra vez la primavera. Aquí vendremos todos los años para decirte que para nosotros el olvido es una palabra imposible. Bendito seas querido Ismael Yebra Sotillo, por los siglos de los siglos. Amén