Por Raúl DG. @Rauldga.
Ahora que estamos en fases de salir a la calle, con la mascarilla, no se olviden, que luego pasa lo que pasa, invito a quienes son amantes de la fotografía antigua, de carrete y paso universal, a dar un paseo por nuestra ciudad y retrátenla como se decía antaño. Pero si tienen un problema con sus cámaras, les propongo algo, encontrar un taller de reparación, un rincón de esos que permanecen impasibles ante el paso del tiempo, como bien podría definir el siempre querido José María de Mena en uno de sus libros.
Encontrar el taller de Hipólito en nuestra ciudad, no es empresa fácil, no busquen rótulos luminosos ni un espacio diáfano de gran superficie. Allí, el desorden es el orden perfecto de encontrarlo todo y la estrechez es el ancho de la satisfacción por el trabajo, ese que al igual que su padre, de mismo nombre, desarrolla y muy pocos o quizás ninguno sea capaz de realizar. No verán ordenadores ni impresoras 3D. Verán engranajes, correas, diminutas herramientas…
Y es que Hipólito, heredó de su padre, Hipólito Gil todo lo que un padre enamorado de su profesión puede dar un hijo, porque para hablar del Sr. Gil, uno de esos grandes olvidados de nuestra ciudad, habría que ser muy extenso. Recomiendo el libro “El privilegio de la creación”, de Francisco Gil Chaparro, que recoge su vida y obra. También tener la suerte que tuvo este juntaletras de haberlo conocido y haberme transmitido la pasión por la fotografía.
No gano una perra chica como decían los abuelos por deciros estas cositas, pero querido lector, si usted es de esos de cámaras compactas, de Leica, Cosina, de esas todo manual y nada digital, vayan al taller de Hipólito. Cuando estén si es que lo encuentran, claro está, no piensen que aquello forma parte del Ministerio del Tiempo. Aquello es como es, sin más.
Recuerden, que allí está su taller, como me dijo un día un viejo conocido: “Ve junto al americano, pintor y torero, donde en la fuente danza el agua en eterna alianza, tan solo allí hallarás certero el lugar verdadero”.