Por Avanti.
Si algo diferencia a los cofrades del resto del mundo es esa capacidad de espera, vivimos la espera más que lo esperado.
Estamos atados de pies y manos a recuerdos que con el paso del tiempo han llegado a formar parte de nosotros, o nosotros de ellos.
A veces hasta esperamos momentos que sabemos que jamás volverán, pero los seguimos esperando con esa certeza de que los equivocados somos nosotros. Momentos que han pasado por delante de nuestras pupilas y nosotros, como buenos cofrades, estábamos a otra cosa.
Esperamos redobles de tambores; garbanzos que los viernes son nuestro particular rosario de alegrías; croquetas que son salvavidas de las vigilias y charlas de cofradías que son islas para el náufrago.
Esperamos a que el naranjo de nuestro barrio empiece a florecer para empezar a buscar el del año que viene. Nuestra especialidad; momentos que no han llegado que ya los estamos echando de menos.
Esperamos que las madres pasen las hojas de ese almanaque que llevan las túnicas de monaguillo en sus bajos. Esos bajos que no son más que las arrugas de nuestras frentes.
Esperamos que la Soledad nos vuelva a dar la mano, a que los capirotes recorran nuestra ciudad metidos en bolsas que se convierten en el mayor de los cofres del tesoro.
Esperamos a que el sol vaya descorchando calles y rincones que teníamos olvidados. Esa calle que te recuerda mucho más lo que se fue que lo que vendrá.
Esperamos los carteles de “HOY ES VIGILIA” como esperaban las golondrinas de Bécquer los balcones de tu barrio.
Sonríe querido amigo, estamos en Cuaresma; es ese latigazo de recuerdos que bien vale esperarlos durante toda tu vida.