La llamada de una abuela

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Por Avanti.

Nunca me creí del todo el rollo ese que nos han contado de la muerte, que naces, vives y luego te sacan con los pies por delante camino del barrio de los callaítos.

Para mí Noviembre es el mes de los vivos, al igual que todo el año.

Que va que va, no me creo eso de que un día estás tomando café y media con jamón y a la tarde siguiente te están colocando en la pechera coronas de flores con frases tipo “Tus amigos del bar te echarán de menos, sobretodo porque siempre invitabas”

Sin lugar a dudas esa es la gran mentira; la muerte, bueno la muerte y eso de “voy a tomar algo en plan tranquilo y vuelvo enseguida”

Dedicar un mes a los muertos está bien pero dedicarles pellizquitos del día a día durante todo el año está mucho mejor. El negro está bien, sobre todo si es ruan, pero los trajes de flamenca a estrenar están mucho mejor.

Y es que mi abuela sigue llamándome un par de veces al día para decirme que me quiere, si no me llama me preocupo.

Ella sigue esperando con las piernas cruzadas en su placita mientras el sol hace que sus ojos parezcan dos esmeraldas a que su Antonio de sus entretelas vuelva de convencer al personal que donde se pone un helado de la Nestlé no se pone ni Suecia.

Ellos siguen estando vivos, y lo estarán hasta que San Pedro me enseñe a mí las llaves de cerca.

Se vive mejor, mucho mejor, creyendo que tras esa esquina te encontraras a tu abuelo yendo a pasar consulta, o que en la playa tu tía Mari te volverá a contar esas historias que hacen que enseñes las muelas de la risa.

Convencido hasta las trancas de eso, que el mayor misterio que tiene la vida es que la muerte no existe de verdad.

Y es que querido amigo la de la guadaña afilada jamás tuvo ni tendrá cojones de colgarle el teléfono a la llamada de una abuela.

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