La magia de la calle Aire

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Por Virginia López.

¿Saben ustedes que de la Alfalfa se va al barrio de Santa Cruz apenas a través de una calle?

Lo que viene a ser en un pispás.

Es uno de esos secretos que gusto de dar a conocer a través de Paseos por Sevilla. Porque reconozco que me regocijo, pero también me produce hilaridad, ver la cara de asombro cuando propongo ir de Nervión a Santa Cruz sin pasar por San Fernando y Mateos Gago. Sorprendente, ¿verdad?

La calle Aire, asaz conocida, poco transitada y exiguamente explorada y abarcada – o comprendida –, tiene dos tramos que te hacen suponer que son dos calles diferentes porque la conexión entre ambos viene de esa quimérica encrucijada meseteña que une Aire con Federico Rubio, Madre de Dios y, casi, casi, Fabiola.

¿Dónde empieza y dónde acaba la calle Aire?

Pues acudamos a la casa que haga primer número, par o impar, según la acera. O echémoslo a suerte y que la intuición nos lleve a la cercanía de la Alfalfa o de Santa Cruz. Bromas aparte, la intuición no nos falla y los primeros números corresponden a la bocacalle con Abades.

Empezamos ahí nuestro recorrido. Vemos la bonita casa con colorida azulejería que une Abades con Bamberg y al girarnos, la casa color cazuela sin ventanas, número 1 de Aire, y enfrente el número 2, una anodina casa con un cartel que te señala el Spa Baños Árabes.

A la altura del número 5, la casa donde quería vivir de chica, para ver cada día esas tres misteriosas y fascinantes columnas romanas. Un bloque de pisos de ladrillo ambarino simulando una casa chalet y con unas finas columnillas que no pegan nada, pero qué menos, pensaría el arquitecto, qué inspirarte en las romanas.

En el sur, a las columnas las llamamos mármoles y a la que cumple función de poste esquinero, marmolillo, que tiene una segunda acepción como sinónimo de zote, que no usamos. De ahí que la calle se llame Mármoles, desde al menos el siglo XV, aunque en el azulejo de Olavide que se conserva, figura en singular.

Tras una falsa anchura por el retranqueo del número 6, la calle Aire se estrecha a la altura del núcleo residencial que hace los números 8 y 10. Pese a su modernidad, resulta bonito el inmueble, completamente encalado y el número 11 con su peculiar porche te despista por completo y te hace pensar que estés en otro barrio o un pueblo.

En el número 15 se encuentra el famoso establecimiento de los Baños Árabes, apenas citados en la bibliografía especializada, a diferencia del restaurante italiano de la calle Mesón del Moro o del bar Giralda en Mateos Gago, que estaba más que localizado, sí se han descubierto sus pinturas. Un consejo: cuando acudan no olviden incluir el acceso a la piscina superior con la famosa vista de la Giralda. Las ofertas lo incluyen pero se te puede pasar. Eso sí, prohíben foto salvo si eres famoso, celebrity, youtuber, y demás espécimen. Desde el punto de vista patrimonial a mí me gustaría que esa empresa tuviera un día de jornadas abiertas diurna, me explico, que se pudiera ver, previo pago por supuesto, el edificio con plena luminosidad, al margen de los baños en penumbras. Se duda de la exactitud de los baños pero el inmueble sí corresponde a una casona antigua cuya estructura original pervive.

El aire, silente, ajeno a toda batahola, se cuela con facilidad en el angosto pasaje que empieza a estar copado por antiguas casonas nobiliarias, todas encaladas, lo que aumenta el frescor simulado de la vía. Un cegamiento encalado solo perturbado por las flores de cerámica que enmarcan la casapuerta y que también vemos en la azulejería que te anuncia que allí, en el número, 18, vivió Luis Cernuda, junto con un poema suyo. Permítanme que exponga mi extrañeza de que se compre su casa natal de Acetres y no ésta; que en la primera vio la luz sevillana, pero ésta fue descrita por él y sus amigos de la tertulia Mediodía, como el olvidado poeta Carlos García Fernández:

Se llama del Aire esta calle estrecha, toda sombra, donde el elemento que le da nombre es una perfilada línea de frescura en los meses de verano y en los de invierno, un cuchillo húmedo que se nos clava en el costado, dando su último reflejo antes de envainarse en nuestra carne.

La frecuentábamos al anochecer. Según se entraba, el patinillo, a la derecha la escalera y después una salita sencilla, por cuya ventana en los fallos de la conversación oíamos la interrogante del perenne sonido de un fino surtidor. Fuimos muchas veces, algunas con Antonio Callantes, Manuel Gordillo y Antonio Meneses. En cierta ocasión, nos esperaba allí Fernando Villalón para una conspiración poética contra «Mediodía», que no secundamos.

La casa que hace número 22, del XVIII y en buen estado, juega al despiste al conservar el azulejo antiguo con el número 3. Si no somos observadores, curiosos, o aficionados a lo peculiar, se nos pasará por alto el esgrafiado de la fachada que corresponde al Instituto Británico. Animo, no, ruego encarecidamente, que se sume a la Noche en Blanco y dejen ver esa preciosa casa con su zaguán asemejado a compás y su patio con fuente. Los amantes de lo paranormal han escuchado las psicofonías de la muchacha que se autodegolló allí. A mí me enseñó sus grabaciones Jesús Conde de Domingo y son realmente escalofriantes. Volviendo a la casa, que es lo realmente interesante, es de destacar la preciosa azulejería de Arellano, fechada en el 1900 y que gracias a la web Retablo Cerámico podemos admirar.

Esta casa conserva uno de los balcones más bonitos de Sevilla, solo superado por el de Rosina. Ambos no pasan desapercibidos y aquí, la confluencia de las esquinas, permite que atraiga la vista con su magnífico tejaroz.

Sí, sí, la calle continua, pero el espacio se abre de golpe y la estrechez de Aire se multiplica y uno se siente intimidado hacia donde dirigirse, duda si la calle continua con el mismo nombre, se siente atraído de girar hacia Federico Rubio, echar abajo por Madre de Dios – en la calle Aire la cota sube y baja – o admirar el lienzo de muralla de la Judería con la incógnita –  despejada por un reportaje de ¡Hola! a un torero –  de quién vive en ese portalón donde la muralla continua a la vista, y goce, privados del inquilino.

Unas últimas casas anodinas y nos topamos con dos casas palacios abiertas al público recientemente: Casa Fabiola con el Museo Bellver y Casa Salinas.

Desde al menos el primer cuarto del siglo XVII Aire se llama así, desconociéndose, aunque fácil aventurar, el origen del nombre. Quizá la más angosta calle de Sevilla, como dijo González de León.  Sin darnos cuenta, viniendo del entorno de la Alfalfa en torno a la Galería de Rafael Ortiz, la casa indiana que asoma por Ramón Ybarra que te lleva directamente, pasando por la Leyenda del Candilejo y la Cabeza del Rey Don Pedro – qué penilla da no ver la placa del eximio doctor de la epidermis humana y monacal –,  al 1930 del Bar Alfalfa, que no estamos en Nueva York, no es el número de la calle, sino la fecha de la casa; hemos llegado al arranque de la antigua Borceguinería, actual calle Mateos Gago, que te lleva, previo chapuzón de belleza en la fuente farolada de Lafita, a los pies de la Giralda.