Por Avanti.
La medalla de Marta duerme durante todo el año en el cabecero de su cama. Solo un beso y una leve caricia antes de irse a dormir la sacan de su rutina diaria.
Marta sabe perfectamente que esa medalla, su medalla, la acompañará siempre. Es más, sabe que la acompañará hasta cuando sus padres solo sean recuerdos una mañana de Lunes Santo.
Parece que la medalla reconociera hasta el tono de su voz. Sabe cuándo está contenta; sabe cuándo habla con sus amigas o hasta reconoce el silencio de sus estudios.
Hace un par de semanas que a Marta le brillan más los ojos cuando busca con su mirada la medalla. Ese mismo brillo que tienen los niños cuando son rescatados de la destrucción de sus sueños.
Marta sabe que esa medalla, su medalla, ha ido a una guerra sin sentido y ha vuelto por el camino más corto y sin mirar para atrás. Sin florituras, sin relamerse las heridas.
Ha ido sin disfrazarse de hipocresía ni complejos. Llorando detrás de la puerta, sin pedirle tiritas a nadie para tapar los resquicios de la duda.
Ha ido sembrando esperanza y ha vuelto recogiendo un ramillete de sonrisas que bien vale jugarse la vida.
La medalla de Marta le ha puesto la mano en la frente a todos esos niños antes de volver. Esa medalla ha vuelto a demostrarle al mundo, a nuestro mundo, que con poco se puede siempre que se quiera.
Ojala Marta, mi Marta, sea capaz de transmitirle a su descendencia lo que significa tener en el cabecero de la cama la razón por la que la Caridad de Cristo nos impulsa, y nos impulsa sin dudad a ser cada día un poco mejores.
Esta noche Marta volverá a besar la medalla, su medalla, antes de irse a dormir. La volverá a besar y su padre sonreirá pensando que, sin lugar a dudas, esa medalla es la llave de la vida eterna.