Por Raúl Delgado @Rauldga
No lo conocí ni era pretensión de ello, ni cruzamos palabras porque tampoco era uno de esos que lo esperaba en los teatros para saludarlo. Pero algo de su genio llamó a las puertas de mi tintero y de sus letras, algo siempre copiaba en el papel, desgranando sus versos de ese carnaval sin nombre, golfo y canalla, rebelde e inquieto. Capitán Veneno llamaban algunos, otros simplemente Juan Carlos, nada importa cuando la palabra, a veces, es más fuerte que la espada. Y de palabras sabía, tanto que con pocas construía un pasodoble o cuplé, qué, aunque se repitiera más que el ajo de un gazpacho, nunca decía lo mismo aún interpretando que lo hacía.
Se fue quien a una generación envenenó con su carnaval, ese que en general, independientemente del letrista, es veneno que mata por malo y por bueno. Dicen que se marchó con su guitarra como si sólo con su guitarra pudiese marcharse y seguro que fue por esa playa con cara de pena, donde la muerte se desnuda bajo el cielo bailando encendida.
Y nos dejó a todos con aquellos tartajas tajarinas y sus tintos de verano entre ruinas romanas, aquel peasso coro lleno de guiris en Kadi City, los chulos panteras contra los tranquilos yesterday, unos americanos condenados bajo la atenta mirada de unos ángeles caídos, esos golfos de Cádiz que acabaron como comparsistas dándoselas de artistas y con esos peregrinos mafiosos que terminaron siendo unos ladrones millonarios en noches de bohemia.
El tiempo pasa y como la locura, se hace presente, continuando latente sin mirar atrás, por más que digamos aquello que nos dijo Triana: “corre y avísale al tiempo que no pase tan pronto por mí”. Nada queda, un día suma al otro y así nos llegará otro carnaval, donde su ausencia se hará presencia, porque aquel de La Guayabera, que aquella tarde dijo ahí os quedáis que yo me voy, nos dejó preguntas sin respuestas y huérfano se volvió a quedar Cádiz, de uno de sus hijos.
Se nos fue el que nunca se callaba, el que paseaba orgulloso su nabo por los teatros, el ejemplo para algunos de los que vendrán y el comprometido con sus letras, sin importarle que dijesen de él los demás.
Termino estas letras para decirte que no te preocupes por lo que dejaste, todo está intacto, así pediste, que “a mi muerte que nadie toque mis cosas, que se queden como están, para cuando vuelva”.
Y si vuelves, picha mía, avisa antes.