Lo que queda

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Por Avanti.

Y de repente te vuelves a encontrar frente a frente con esa luz que te lleva acompañando toda la vida, esa luz que pasó de darte la mano y acompañarte al colegio a darte consejos en la madurez.

La luz de junio es lo más parecido a un encuentro con la infancia, lo más parecido a esa plaza de la Gavidia, esa plaza que va floreciendo inocencia en cada uno de sus naranjos.

Los relojes se desangran cada mes de junio cuando sus manecillas recogen el toldo y dejan pasar esa luz que conoces de memoria, que te conoce de memoria.

No es el Sol, es la luz que recordamos la que nos llega y nos zarandea la niñez que se quedó preparando una fiesta de fin de curso en los años ochenta.

Esa luz es la llave de nuestra memoria colectiva. Esa memoria que sin saberlo compartes con los tuyos de manera natural, sin forzar nada. Esa memoria que pasea sin complejos dando saltitos por tus arrugas.

Esa luz que te enseñó a andar y a tropezar, a correr y a levantarte.

Esa luz que barrunta el pelado de verano en Félix; esa luz que sigue indestructible, esa luz que abrazaba las caderas de mi abuela en la placita o le quitó el chupe a mi Joselito.

Y es que esa luz aparece cuando menos te lo esperas por tu barrio y lo transforma todo en un paritorio de recuerdos, una luz que desempolva del cajón tres bañadores iguales. Una luz que no envejece.

Y es que, querido amigo, no somos más que lo que queda de esa luz que una mañana de junio nos acompañaba de la mano por el barrio.