Los guantes del boxeador

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Por Avanti.

Todos tenemos algún amor que nos acaricia el alma en la vida pero pocos somos los afortunados de tener un amor que nos la acariciará hasta que “piquemos el izquierdo” para siempre.

Ella, mi gran amor, tiene la dulzura del reencuentro inesperado, del “aquí no pasa nada”, del folio lleno de corazones de colores y del arcoíris viendo la tele en mitad del salón.

Sentada en su litera, otea al horizonte de mi destino sin saber que ella es la única veleta que seguiría durante toda mi vida, aunque esa veleta me llevará a un acantilado sin salida.

La Reina de los rosas, la princesa de la melancolía, la que se cree el final romántico de la peli, la verdad del embustero, la primera brazada del náufrago y la última mirada de una abuela.

Los guantes del boxeador noqueado, la trenza de la muñeca, la que llora y ríe por lo mismo, la “Premio Nacional de Teatro perpetua”, la que me riñe con razón, mi bandera ondeando en la trinchera del enemigo.

El charco que te moja el bajo del pantalón sin mancharlo, la seño repasando la tabla del siete, la enfermera que cura antes de verte, la hermana mayor poniendo orden, la que me marea, la que me da la biodramina, la que no pasa de largo, la que se queda.

La que mágicamente transforma los “lunes a primera hora” en “viernes por la tarde”.

La que hace que los disparos nunca sean certeros, que el agua jamás te llegue al cuello y que el calendario duela el doble.

Sus ojos tienen el mismo color que la orilla de la Ría cuando la mañana le va dando la mano a la tarde una tarde de Julio, ese color que solo tienen las elegidas.

Ojala no pierda nunca esa sonrisita de “papá hijo deja de hacer tonterías que te ven mis amigas”, esa misma sonrisa que descorchó su padre aquel día que escuchó la frase más hermosa del mundo; “es una niña”.

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