Los laberintos de San Vicente y San Lorenzo (II)

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Por Virginia López

Retomamos nuestro punto de partida y dirigiendo la vista al fondo, la panorámica se nos desdibuja en una maraña de coches aparcados y un par de bloques a cuál más dispar: el anodino de ladrillos amarillos – en cuyo solar nació Daoiz como dice la placa que tiene desde 1852 y no en la antigua capitanía adosada – junto al blanco de tres balconadas de celosía en retranqueo con sus columnitas, que parece de costa. Su proximidad induce a pensar que están unidos cerrando la plaza. Honda sorpresa te llevarás si te adentras y descubres que la plaza está unida a la calle Jesús del Gran Poder por una calle, dedicada al entrañable jesuita Padre Tarín. Acaban de tirar a la basura la bonita fuente que adornaba la explanada del bloque de pisos.

Cuando desembocamos en Jesús del Gran Poder tenemos a la vista un sencillo pero colorido edificio de Aníbal González y el único retablo cerámico callejero dedicado a Nuestra señora del Mayor Dolor y Traspaso, la Virgen del Gran Poder.

Continuamos andando y pasamos por la consulta del doctor Cariñaños. Tras su asesinato por Eta el callejón fue rotulado con su nombre pero el año pasado se le dedicó una glorieta por lo que este callejón pasa a ser parte de la calle Jesús del Gran Poder, antigua Palmas y una de las más largas del centro.

En este lugar llegó a haber dos colegios en dos momentos diferentes, por un lado, uno denominado San Francisco de Paula – nada tiene que ver con el actual, es donde estudió Bécquer – y el primitivo de los Maristas, antes de irse a Los Remedios. Sendas lápidas los recuerdan pero no se repara en ellas, menos en el callejón que hay frontero a la Iglesia del antiguo Convento de los Mínimos. Si se es observador se vislumbra una cerámica al fondo y si la curiosidad empuja a descubrirlo, comprobarás que la apariencia engañosa del callejón te lleva a uno de los dédalos más curiosos y desconocidos del casco antiguo.

Esta calle está dedicada a San Francisco de Paula, fundador de los Mínimos, pero pese a su rótulo, no se sabe de su existencia. Llegamos a un garaje, luego lo desvelaré, su propiedad es clave para situarnos donde estamos, antes de perdernos. Y la cerámica es la única imagen de la Virgen encinta que vemos en una calle sevillana. Bordeamos un moderno residencial de pisos blancos y llegamos a una intersección: a nuestra izquierda vemos el rótulo de la calle Cantabria; a nuestra derecha un estrecho pasillo, ya ni es calle, que induce a pensar en una abrupta pared que lo corte nada más doblar la esquinita. Error que pagará la novatada de caminar por vez primera por estos lares, una vez que acabes de leer el artículo.

La calle se ensancha, tiene un zigzag y alguna construcción decimonónica que evoca al barrio de Santa Cruz y termina con un pequeño y, esta vez sí abrupto tramo, que desemboca en Conde de Barajas, en su churrería. No nos engañemos, el olor de las pavías y las ganas de calentitos fueron nuestro zahorí

Desandamos y llegamos al cruce de esos pisos blancos que hemos visto. Ahí acaba la calle san Francisco de Paula y hemos cogido la calle Rubens, que hace una ele. Nos queda la otra parte, la calle Cantabria. Y nuevamente tenemos dos opciones. Hago un inciso para pedir ayuda a mis queridos lectores. De chica leí un libro y pese a internet no he dado con él: iba de una aventura en una isla con un laberinto, cada dos por tres se encontraba con un pasadizo dividido en dos ramales, creo que era bajo el agua y se me quedó grabada una frase: para subir hay que bajar.

Pues eso, que tenemos un Matrix callejero: si tomamos el lado derecho, tras pasar por Estudio de Baile Alicia Márquez y un curioso caserón con planchas de metal en la verja que te impiden verlo, este recto tramo desemboca nuevamente en Conde de Barajas, en esta ocasión con una estampa muy familiar: el azulejo esquinero del Gran Poder en El Sardinero, Juani vendiendo cupones, un abrazo gordo te mando y que vendas muchos y la estrecha silueta casi fundiéndose con la hilada de casas, de la Basílica del Gran Poder.

Este conjunto de calles recibió precisamente el apelativo de Sitio de las Callejuelas, como vemos en documentación del año 1778. También entonces se empieza a llamar Callejuelas de San Francisco de Paula. En la primera mitad del siglo XV era la calle de las Traviesas y hasta el siglo XVIII será conocido como Horno Quemado. En 1898 se rotuló como San Francisco de Paula y Rubens.

Yo misma no supe de esa calle hasta que, dando clases en las Salesianas, allá por el año 2001 un chiquillo me decía que vivía en la calle “Rubén” y yo le decía que sería Rubén Darío, hasta que me interné a verla.

Y si tomamos el lado izquierdo vemos unos altos árboles – perdón por no reconocerlos – y una tapia. Esa tapia nos recuerda el garaje que vimos antes.

Hemos rodeado el Convento de Santa Rosalía. Las Capuchinas gestionan una hospedería – estuve en el verano de 2019 y os la recomiendo para reposar y curiosear – y los coches salen por ese garaje que vimos.

La calle Cantabria gira suavemente y desemboca en Cardenal Spínola, antigua calle Horno del Naranjuelo o Naranjuelo a secas como aparece en ele Plano de Olavide, que a su vez nos lleva al inicio de la Plaza de la Gavidia.

Y de regalo, un secreto de Sevilla: desde la esquina de Cardenal Spínola con Gavidia se divisa la corona de la Iglesia de la Magdalena.