Melchor, Gaspar y…Pascual.

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Por Víctor García-Rayo

Los Reyes Magos vienen de Oriente y el pregonero de la  Cabalgata de Sevilla también vendrá de la calle Oriente. Cruzará ese puente –ahora imaginario- con las alforjas cuajadas de azúcar y papel de envolver sonrisas y volverá a emocionarme. Lo sé. Desde este mismo momento el cantor de la ciudad más hermosa del mundo (y de Judea) tiene mis zapatillas bajo el árbol, mis calcetines en la chimenea y mis ojos entreabiertos mirando al claroscuro del pasillo por si veo llegar a su majestad. Tiene mi alma remolcada por un tractor que ya tengo aparcado en la Universidad, esperando, soñando, sintiendo.

Este año le pediré mis regalos al pregonero. Le daré una carta en blanco para que él decida las alegrías que tiene que traerme en la noche mágica. Sé que Pascual me dejará un carretón para que yo juegue al toro, un puñado de discos de vinilo de los Cantores de Híspalis, un cuadro del Señor del Silencio que sale de San Antonio Abad, un sombrero de ala ancha, un puñado de arena marismeña, un capote, una ilusión, un piropo a la Encarnación, una sonrisa, las cuerdas de una guitarra, un azulejo de la Plaza de España y las riendas de un trineo que tiene parada en la calle Adriano.

Soy feliz y reconozco que abrazaría en este instante a todas las personas del Ateneo que hayan tomado esta decisión, la de apostar por alguien que esconde a un niño con bigote dentro del cuerpo espigado de un hombre. Que le dejen carbón ahora a quienes pensaron alguna vez que Pascual González no subiría a un atril. Yo le hago de taburete si hace falta y que ponga los pies en mi espalda para subir al cielo de mi tierra y le lance a Sevilla puñados de piropos de niño grande.

Este año vienen a casa dos Reyes Magos en camello y uno subido en el autobús de la primavera. Pero no pienso acostarme pronto. Ahora quiero vestir mis mejores galas para acudir al pregón, a buscar entre las carrozas de luces led y niños de ojos grandes a un rey de pelo largo recogido en una coleta, a un monarca de los pulsos de mi rincón en el mundo. Y quiero gritar junto a mis amigos beduinos y anunciar la buena nueva. Quiero que llueva esperanza y que me coja sin paraguas. Necesito confesar que una de las mayores alegrías que se lleva mi corazón es ver a Pascual González Moreno subido a un atril en Sevilla para hablar de cosas importantes.

Espero con nervios el anuncio. Estoy inquieto, seguramente por esa emoción que me hace zozobrar cuando visualizo a mi amigo dirigiéndose a la ciudad que amo y ensalzando la tarde-noche de la inocencia.

Un puñado de locos de la cultura que se reúnen en la calle Orfila, muy cerca de mi Virgen que todo lo pone en Regla, me acaban de dar una alegría así de grande. Que salga ya el heraldo y pida las llaves de Sevilla. Yo le daré el llavero entero y las claves de mi alarma al pregonero de la Cabalgata. Dejo aquí mi carta en blanco. Este año se ha adelantado mi regalo y ya soy feliz como si fuera esa mañana de calcetines y pijamas corriendo por los pasillos hacia el salón. Queridos Reyes Magos, creo que este año he sido bueno porque ya me habéis traído un regalo tan esperado como justo. Mi amigo en el atril de nuevo. Delante de Sevilla. Ay, Majestades, dejadme que lo celebre con estas lágrimas. De niño y de hombre. Yo me entiendo.

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