Por José Muñoz.
Resulta que hoy cuando nos atosigan desde compañías de seguros, de electricidad, de gas, de seguridad, de telefonía, de transportes, de mantenimiento y hasta de comidas rápidas con sus mareantes superofertas y promociones, siempre limitadas y con inminentes fechas de caducidad, no puedo evitar recordar, siento decirlo, la agilidad con que los antiguos trileros movian sus cubiletes ante la mirada desconcertada de los espectadores. Será exagerado, pero es lo que siento.
Y es que cualquier persona, independientemente de su edad y conocimientos, se ve desbordada hoy ante el maremagnum de ofertas con el que nos bombardean poniendo a prueba nuestra capacidad de resistencia. Resulta que en mi desesperado intento de supervivencia en pleno tsunami para no ser arrastrado por la corriente como una víctima más del implacable marketing de portabilidades, permanencias, gigas, datos, fibras y demás zarandajas contractuales imprescindibles si uno quiere ver algo interesante por la tele, tengo la suerte de encuentrarme con una persona que, orgullosa de su trabajo, se dedica a recoger echando salvavidas a náufragos en una constante búsqueda de semianalfabetos digitales como el que suscribe.
Por lo cual no tengo más remedio que agradecérselo públicamente de la mejor manera posible. Es servicial, simpática y lista como un lince. Se llama Bella y, por supuesto, sí, está en Lepe. Gracias, amiga.