Mientras dure la guerra

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Por José Muñoz Almonte. Jubilado.

Es el título de la última película de Amenábar basado en la condición que impusieron los generales para el nombramiento de Franco como jefe supremo de la rebelión militar del 36. No querían que sus poderes fueran indefinidos en el tiempo, vinculándolos expresamente a la duración de la guerra que en aquel momento empezaba. Ya se vió el caso que Franco hizo a tal condición a no ser que, en su fuero interno, nunca diera la guerra por terminada obviando el famoso parte final firmado por él mismo. Algún historiador debería considerar esta última posibilidad a la vista de cómo se sucedieron luego los acontecimientos. Los poderes de Franco duraron justo hasta que murió, cosa que no siempre resulta agradable recordar. Y es que en realidad, es en ese momento cuando gran parte de los propios protagonistas de los bandos enfrentados, se disponen a dar por terminada definitivamente aquella desgraciada contienda, haciendo efectiva la no siempre bien comprendida frase de Azaña: “Paz, piedad y perdón”. Otra cosa es que lo consiguieran.

Se preguntaba recientemente el periodista José María Arenzana, que cómo era posible que cuando murió Franco ya nadie recordaba la guerra de Cuba, terminada 77 años atrás, y ahora, que hace 80 años que terminó la Guerra Civil, todavía estemos a cuestas con ella. Quizás alguna de las claves de ese hecho podría encontrarse en análisis históricos o ensayos como el que presenta Amenábar en su película. El hilo conductor de la cinta gira en torno al controvertido personaje de Unamuno. El filósofo, que con sus escritos contra el rey y la dictadura de Primo de Rivera, es uno de los que más hicieron por traer aquella gran esperanza que para la inmensa mayoría supuso la Il Republica, queda pronto horrorizado ante los desmanes y descontrol de sus propios dirigentes. Es el mismo horror y decepción que volvería a sentir después de apoyar y legitimar a los militares que se rebelan contra el Gobierno, en la ingenua creencia de que garantizarían la libertad y la justicia por las que tanto había luchado. La espiral de barbarie y crueldad de la que es testigo en ambos bandos, hace imposible que pudiera dar la razón a alguno de ellos. Unamuno representa esa utopía de la tercera España que algunos intelectuales -Chaves Nogales, entre otros- soñaron y que nunca terminará haciéndose realidad mientras no se acepte que aquella guerra la perdimos todos los españoles. De ahí la dificultad para olvidarla como se olvidó la de Cuba, cuya pérdida nadie discute. Leyes de reparación de injusticias o daños causados y otras previstas de conciliación sin amplios consensos de los “hunos y los hotros”, como escribió Unamuno, está demostrado que, por muy buenas intenciones que incluyan, no serán más que fuentes de enfrentamiento, sobre todo, si son usadas como tests para seguir señalando buenos y malos y situar entre estos, indefinidamente y a discreción, a los herederos del otro bando. Está visto que el definitivo parte final de la dichosa guerra seguirá estando por llegar y, desde luego, algunos no lo veremos.

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