Por Javier Compás.
Reconozco que me gustan los bares que tienen ventanal a la calle desde la barra, para pedir o para incluso acodarse un poco y estar en ese estado entre fuera y dentro. Pero he aquí que el diligente ayuntamiento sevillano acaba de prohibir a los bares que tienen tal ventana servir a los clientes a través de ella, y así han aparecido papelitos pegados en las mismas advirtiendo a los parroquianos que no se sirve por ella.
Los contenciosos entre el Ayuntamiento y los hosteleros no tienen fin. “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio” decía la canción en frase que ya se hizo dicho popular. Efectivamente lo de los bares y el consistorio local es una relación de amor odio, donde igual se tiran los trastos a la cabeza que van de la manita a cuanto sarao gastronómico y turístico se monta por España y el extranjero.
Pasados los agobios navideños, donde el que más y el que menos ha hecho buena caja, a pesar de que la hostelería es una hermandad de los afligidos permanente, el que más y el que menos se da una vuelta por Madrid Fusión y, casi empalmando una cosa con otra, ahora por FITUR, aunque muchos se quejan de que, lo que es de válvula a expensas del presupuesto municipal (o de la Diputación, que tanto monta), siempre van los mismos.
El caso es que ya no se pueden usar las citadas ventanas de pasa vasos y, en vez de pedir la caña en las terrazas por el hueco, si son auto servicio, hay que dar la vuelta, entrar por la puerta y arrimarse a la barra. Esto quizás puede tener su lógica si el Ayuntamiento lo que quiere es evitar que el bar tenga una barra exterior donde se acumulen clientes y molesten con el ruido a los pisos de arriba, pero en los bares donde hay numerosas mesas altas en la terraza esto parece un tanto absurdo.
A veces da la impresión de que la cosa es prohibir por prohibir y estar molestando permanentemente. Más les valdría a los munícipes racionalizar de una vez los veladores de algunas calles por donde la acera se estrecha de incomodísima manera para el peatón o estar más pendientes de las horas de cierre y los ruidos de algunos bares.
Por otra parte, parece que a base de repetir que en Sevilla la gente solo quiere terrazas nos lo estamos creyendo y, lo que es peor, se lo estamos haciendo creer a todo el que llega de visita, en esa industria turística que se está convirtiendo en monocultivo de nuestra bananera economía.