Por Avanti.
De todas las cosas que nos rodean solo hay dos que importan verdaderamente en esta vida; el latido del corazón de tus padres y la amistad.
Los amigos son esas personas que convierten en primavera cualquiera de los días, esas personas capaces de convertir al pozo más hondo y oscuro que haya en la pista central del mayor de los circos.
Esos seres jartibles que son capaces de enredarte con tan solo un “quillo una cervecita rápido y nos vamos”. Esas personas que llevan en la masa de su sangre quererte por encima de todo. Esos que envejecen contigo a la misma velocidad. Ni antes, ni después.
Las lágrimas de un amigo valen doble, la sonrisa triple.
Los que te conocen mejor que tú mismo; los que te harían la copia de la llave del infierno si se la pidieras; los del “no te preocupes, anda; los que vuelven de la barra con dos vasos llenos sin preguntártelo.
Los amigos aparecen por esas esquinas de la pena y encienden las luces; abren las ventanas para airear tus entendederas; cuentan dos anécdotas de hace veinte años y vuelven a convertir todo en la mañana del Domingo de Ramos.
Los que llevan tus apellidos sin llevarlos; los que sienten lo tuyo como propio; los que ponen en su currículo tus logros, los que aprueban oposiciones, si tú las apruebas.
Los amigos son los que sienten tus derrotas como empates porque saben que a la segunda lo consigues. Bueno, a la segunda a la tercera o a la cuarta, eso es lo de menos.
Ojalá mi Marta y mi Joselito lleguen a ser tan buenos amigos como son los míos, entonces sabré que todo ha tenido sentido.