Patria

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Por Avanti.

Los pueblos siempre se han matado por mantener las fronteras de sus patrias alejadas de las aldeas vecinas sin saber que al final todos compartimos la misma patria desde que nacemos.

Las azoteas, la única patria que existe son las azoteas. Patria que no pide que la quieras, te deja ser tan libre como desees, por eso la quieres.

Te deja jugar eternamente con Tuy, correr con tus hermanos, regar las macetas, escuchar cómo se acerca la Cruz de Guía y hasta ver como los Reyes Magos abren el baúl de tu inocencia

En las azoteas ondean las banderas más puras y limpias que jamás ondearán; las sábanas limpias de nuestros chaveas. Esas sábanas que jamás pierden la compostura de ondear como le salga de los cojones, esas banderas que se izan y recogen con el mayor de los generales; una palangana.

Azoteas que guardan entre sus lozas pintadas de color “rojo caucho para que el agua no cale” el olor a esa verdad suprema, esa verdad que es saber que nuestras vidas son nuestras madres viendo como crecemos sentadas en una azotea.

Las azoteas son las mismas, somos nosotros los que vamos saltando de almanaque en almanaque dejando en esas cuerdas del tendedero parte de nosotros. Cuerdas que van tocando, sin que nos demos cuenta, la banda sonora de nuestra existencia.

En las azoteas cabe, literalmente, toda nuestra vida. Las azoteas pasan de ver tender nuestros baberos y pañales de tela a vernos a nosotros tender la ropita de nuestra descendencia.

Las azoteas nos guiñan el ojo cuando ven pasar por las cuerdas de sus tendederos nuestras túnicas de monaguillos con la señal de los dobladillos echados, esas marcas son nuestras primeras arrugas. Las arrugas que más nos macarán.

Trajes de flamenca con mil manchas de alegría, túnicas, bañadores con sus hueveras rotas, trajes de novia con los bajos negros. Todas tus alegrías caben en una azotea.

Las azoteas te quieren tanto que te permiten absolutamente todo, bueno todo menos una cosa; jamás permitirán ver como tienden tu mortaja. La única patria que no se despide de ti.

Por eso mismo amor mío no olvides que tienes la vida entera esperándote al final del último escalón, ese escalón que separa el ruido del día a día de tu libertad.

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