Pensativos

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Por José Muñoz Almonte.

Nada que ver el título con pensadores y no digamos librepensadores. No están los tiempos para meterse en complicadas profundidades filosóficas del pensamiento, aunque solo sea por proteger el sistema inmunológico de la salud mental que, a ciertas edades, debemos vigilar. 

La cosa es mucho más sencilla. Me explicaré. 

Hacía  tiempo que no visitaba alguna de esas denominadas grandes superficies dedicadas exclusivamente a herramientas y materiales propios para decoración, hogar, jardinería etc. Después de un breve recorrido comprobando, una vez más, la invariable ausencia del elemento exacto buscado y en su lugar el hueco vacío que otro similar ocupaba, decido sobre la marcha cambiar mi prefijado plan de trabajo -si es que así se le puede llamar a lo que solo es una forma de distracción- ateniéndome sin más al material existente, no sin antes echar una resignada pensada desechando, de paso, desplazamientos a lejanos polígonos industriales que me aconsejaban.

Asumido, no por imprevisto, un improvisado plan B, sigo dándole vueltas a su viabilidad y posibles dificultades sentado en mi, de momento, asiento móvil de uso intermitente (asiento de andador, para entendernos). 

Cuando después de solucionar mentalmente  inconvenientes planteados a conciencia por ese otro yo crítico que siempre nos acompaña, y ya solo me quedaba repasar los «posibles efectos adversos» de «mi invento» -que no era otro que un apaño sobre el mencionado artilugio móvil para adaptarlo a mi estatura-, quedo absorto en una especie de  estado aparentemente semicatatónico del que solo me saca un señor mayor (?) al preguntarme por cierto tipo de bisagra. Miro la hora y resulta que a pesar del tiempo transcurrido en mi «meditación», veo que aún tengo el suficiente para regresar a casa.

Al disponerme ir hacia las cajas, veo que el señor de la bisagra vuelve y me dice que ha pensado otra cosa y ya no le sirve tal elemento. Pero lo curioso es que luego se queda inmóvil como transpuesto con la mirada perdida, delante de la estantería, haciendo perfecto juego con dos seres más, también estáticos, que a modo de estatuas compartían el mismo pasillo que me disponía a abandonar. Está claro que los denominados «manitas»,  más que trabajar con sus manos, con lo que verdaderamente trabajan es con su imaginación. Otra cosa es que lo imaginado coincida siempre con lo realizado. La vida misma.