Por Avanti.
Ponerles margaritas color “dos euros el ramo” encima de la tumba un día al año está bien, vamos, está bien para pasarle un trapito por encima al polvo de tu conciencia.
Ponerlos en tus recuerdos todos los días está mucho mejor. Ponerlos sin querer, quiero decir, sin esperarlo. Ponerlos en esos momentos que eran vuestros y que te de vuelven el aroma a felicidad que tiene la vida eterna.
La vida sabe a bombones de la caja roja de la Nestle (sí, la Nestle). A habas enzapatás arropadas con su trapito húmedo por lo alto de tu niñez. La vida huele a eso mismo; a llegada, jamás a despedida.
La vida son candelerías de tubos de cervezas arropando al último Palio de vuelta que es ese “polvo eres” que gira en la última esquina de nuestros días.
La vida es compartir momentos, la muerte que se olviden de esos momentos.
No sé vosotros pero yo no tengo pensado parmarla. Básicamente no entra en mis planes porque ni la hipoteca, ni Joselito, ni Marta me dejan. Parmarla tiene que ser tela de aburrido; todo el mundo en el bar del tanatorio menos tú.
La muerte es la excusa perfecta para ser pesimista. Un pesimista es aquel que se cree que la muerte es de verdad.
Si la muerte fuera de verdad sería imposible que yo quedara con mi abuela cada vez que quiero para tomarme con ella una cervecita a deshora y quedarme embelesado viendo sus ojitos verdes.
Sé feliz en vida y usa el panfleto del OCASO de posa vaso para la penúltima.
Sé feliz porque la muerte no es más que una vida mal entendida.