Por peteneras

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Por Miguel Ángel Vázquez.

La petenera es un palo flamenco de ritmo normalmente lento y letras tristes y melancólicas. Otra cosa bien distinta es salir o salirse por peteneras, expresión coloquial que se emplea cuando una persona desvaría o suelta alguna grosera incongruencia. Hace unos días, una diputada del PP, Almudena Negro, embriagada de la libertad a la madrileña de su jefa, Isabel Díaz Ayuso, salía por peteneras y sostenía con gran temeridad y profunda ignorancia que “el flamenco nace en Madrid” y que el 95% de los artistas salen de la Villa y Corte. Ni se sonrojó por estas insostenibles peteneras de Chamberí. Ante este ejercicio de chovinismo centralista, sólo cabe una respuesta que aúne el rigor y la ironía.

No hay ninguna referencia científica que sostenga la afirmación de esta representante del ‘ayusismo’ campante. Desde las primeras investigaciones de Domingo Manfredi o González Climent, a mediados del siglo pasado, hasta hoy, como recuerda el flamencólogo Francisco Perujo, en toda la bibliografía publicada se constata el origen andaluz de esta manifestación artística. La ciencia no ofrece ninguna controversia al respecto, sino una unanimidad aplastante sobre que la cuna de esta genuina expresión cultural es Andalucía. Todos los rastreos de hemeroteca y los documentales datan las primeras manifestaciones del flamenco en ciudades andaluzas en los años cuarenta del siglo XIX.

Basta también con repasar la biografía de los principales artistas. Desde la cinco llaves del cante flamenco (Nitri, Vallejo, Mairena, Camarón y Fosforito) a Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Paco Cepero, pasando por Matilde Coral, María Pagés, Eva Yerbabuena o Rocío Molina… son tantos los nombres de ayer y de hoy con acento y sangre de esta tierra. Es tanto el talento de Despeñaperros para abajo que el cante, el toque y el baile con ADN andaluz invade los tablaos de medio mundo y copan Madrid como capital, también cultural, de España, verbigracia a la fuerza, por cierto, de un centralismo que lo absorbe casi todo. Se podría decir más bien a la inversa: el 95% de los artistas tienen raíces del sur.

También la denominación de los cantes dibuja el árbol genealógico del flamenco. Malagueñas, granaínas, fandangos de Huelva, Alosno o Lucena, soleá de Triana o Alcalá,  bulerías de Jerez, alegrías de Cádiz, taranta de Linares y taranto de Almería. No conocemos hasta la fecha ni los martinetes de Móstoles, ni los tientos de Alcobendas, ni las pataítas del barrio de Salamanca. En Madrid tampoco están enclaves singulares donde surge el flamenco, como las amapolas en primavera, de manera espontánea: el barrio de Santiago (Jerez), la cava de Triana (Sevilla), el barrio de Santa María (Cádiz) o el Sacromonte (Granada).

El flamenco es, sin duda, uno de los elementos más distintivos de la marca España en el exterior, es patrimonio inmaterial de la Humanidad declarado por la Unesco desde 2010, es un arte universal que trasciende nuestras fronteras, pero nadie cuestiona que nace en Andalucía y que desde aquí llega a todos los rincones del planeta. El flamenco es una manifestación cultural que emociona y conmueve a personas de todo el mundo por su calidad artística y escénica, que compartimos y exportamos, pero su madre es esta tierra.

Por eso, la señora Negro debería leer más y conocer antes de pronunciarse con tamaña ligereza y osado desconocimiento. Lo de esta diputada es una sonora salida de tono… y los que amamos este arte tan nuestro preferimos las tonás. Unas dan el cante y otros y otras nos deleitamos con el buen cante, el buen toque y el buen baile.