Salitre

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Por Avanti.

Lo mismo la vida no es tan dura y un día me vuelven a despertar de madrugada los barcos yendo a faenar, esos barcos que salen  únicamente para que mi Ría descorche  a media noche un ramillete de olas que son el despertador de los recuerdos.

Entre la Playa y la Ría siempre hay un sitio donde puedo aparcar. Eso que araña el alma, ese País de nunca jamás donde sigues yendo a pescar sin pescar con tu padrino.

La infancia es un estado del alma que se dedica a coger conchenas en la playa para ponerlas en el mueble de la entrada, en esa misma entrada donde mi abuelo dejó un día sus llaves para el que quisiera las cogiera.

La vida es lo que pasa desde que sale el Sol por Huelva hasta que te dice adiós con la manita por el Algarve. La vida es un día. La vida es hoy.

Tus arrugas tienen un puntito de salitre choquero, ese salitre  que es capaz de olvidar a un amor de verano con tan solo un pestañeo entre el 31 y el 1, ese mismo salitre que hacía que el luto de mi Tía Encarnita brillara como un traje de novia.

La felicidad era la mirada de tu madre mientras te daba un plátano pasaito en la playa a mitad de tarde, esa misma mirada que recoge todo lo feliz que puedes llegar a ser.

Y es que no hay mejor manera de gastar el codo qué sacándole brillo a la barra de un chiringuito. Esos chiringuitos donde te reñían por poner las chanclas en las porterías para que las sietes bolas durarán más que la cuaresma del 2020.

¿Por la Luna? La marea baja única y exclusivamente para que mi abuela siga paseando sus caderas por la orilla, Luna ni Luna.

Da igual el tiempo que pase, el horizonte siempre estará a mitad de camino entre donde estés y Punta Umbría.

Ojalá la última carta del Ocaso me coja cogiendo camarones en el espigón con muchas arrugas del salitre en la cara y cuatro añitos en el corazón.