Por Virginia López.
Dicen que decía el Rey Alfonso XIII, que no se podía ir uno de Sevilla sin pasear por su calle Sierpes.
Quizá sea la calle más emblemática de nuestra ciudad y en la actualidad pre-pandemia, mantiene su pulso como epicentro a pesar de que el eje comercial se haya trasladado a Tetuán, la novena calle más cara en locales comerciales de España.
No les hablaré hoy de Sierpes, que da para más de una serie de artículos, casi para una monografía, como ya hice alusión en su día con otra calle, Feria.
Sino que me detendré en una retirada callecita del centro, bastante desconocida en su conjunto y especialmente por el secreto sentimental que atesora: es la Calle de los Tres Poetas.
Y aún hay más, es la calle de un santo mártir, tiene una curiosísima casa en una barreduela, y acoge el actual taller de Orfebrería Marmolejo. ¡Ahí es ná!
Pedro de Verona (1205-1525) ha pasado a la historia como el veneradísimo San Pedro Mártir. El sobrenombre subraya la cruel muerte que sufrió, lo que le convierte en protomártir, esto es, primer mártir, de la orden dominica y además es el santo que ha sido canonizado en menor tiempo, concretamente a los 337 días de su muerte.
En Sevilla su figura es recordada en un magnífico lienzo de Zurbarán que custodia el Palacio Arzobispal y donde el santo aparece con su iconografía característica de hacha en la cabeza, igual que San Hermenegildo pero es fácil de distinguir al dominico por su hábito y al rey por sus vestiduras militares.
Mis primeros tiempos de vida madrileña fueron estupendos de vulgaridad — ¿por qué no decirlo? — y de grandeza. Un día de invierno que Pi y Margall me ungió con su diestra reverenda, concediéndome jerarquía intelectual, me quedé a dormir en el hueco de una escalera por no encontrar sitio menos agresivo en que cobijarme. Sé muchas cosas del país Miseria; pero creo que no habría de sentirme completamente extranjero viajando por las inmensidades estrelladas.
Palabras pronunciadas por el poeta sevillano que ejemplificó la bohemia finisecular y que inspiró a Valle Inclán para su archiconocido Max Estrella, personaje de Luces de Bohemia.
Se trata de Alejandro Sawa (1862-1909), que nació en el antiguo nº 26 de esta calle. Actualmente la casa tiene entrada por el nº 33 de Gravina. Curiosamente en el 31 residió Gestoso. ¡La zona rezuma arte por los cuatros costados! No en vano estamos a 250 metros justitos del lugar donde el ritmo cardíaco se acelera al compás del pincel, la gubia y la azuela de los más grandes.
Quiso la casualidad que en esa misma casa naciera el pintor de las cigarreras, Gonzalo Bilbao (1862-1909).
La calle con que se le homenajeó es donde estuvo su casa – taller, hoy Anexo de la Facultad de Bellas Artes. ¡Una calle ya! reclamamos para su hermano, el escultor Joaquín Bilbao, autor de la estatua de San Fernando. Y otra para Fernando Marmolejo. Alejandro Sawa cuenta con una moderna calle en Pino Montano.
La calle San Pedro Mártir, que va de Bailén – antigua Calle del Abc, por la escuela que había – a Gravina – antigua Cantarranas por los susodichos anfibios que abundaban en charcos, en una zona inmediata al río – era conocida desde el siglo XIII como Pergaminería o en ocasiones como Pergamineros, por el gremio que la ocupaba y desde el año 1597 se la conoce por el santo que era el titular del hospital que mantuvo dicho gremio, aunque aún en el siglo XIX hay quien la llamaba Pergaminería Vieja.
A la altura del número 18 nos encontramos con una curiosa barreduela, ancha en su arranque, lo que lleva al engaño de creernos que vamos a tomar una calle, hasta toparnos con una bonita cancela, el número 20, que cierra el atrio de una no menos bonita casa de aires regionalistas.
Aunque en el plano de Olavide ya aparece como callejón pero sin nombre, no prosperó el de “Entrepedros” como la rotuló el ayuntamiento en 1981. Al otro lado se había abierto en los años 20 la calle Rafael González Abreu, en homenaje al fundador del Instituto Hispano Cubano. Como curiosidad, el Rey Alfonso XIII le otorgó el título de Vizconde de Los Remedios, pero al morir sin descendencia, no existe en la actualidad.
Antiguamente la calle llegó a contar con retablos religiosos, hasta los años 30 se mantuvo un molino y las crónicas hablan del picadero, lugar de carreras de cintas, bailes e incluso corridas de novillos.
Hoy día mantiene su acodamiento y un buen repertorio de casas señoriales decimonónicas, muchas de las cuales son establecimientos hoteleros por la cercanía que había antes a la Estación de Córdoba y que hay ahora a la de Autobuses.
Eso sí, no faltan los pisos horribles como el del número 16. En una de sus puertas vemos el escudo de la Hermandad del Calvario. Preguntamos y nos aclaran que es el almacén de las parihuelas. Cuando vean extensos patios residenciales en el centro, como el de este inmueble, piensen que hasta el siglo XIX el número de calles era considerablemente menor y que las fincas antiguas eran extensiones que ocupaban manzanas enteras.
Además tiene una cerámica que recuerda que allí estuvo la casa natal de Rafael de León (1908-1982), prolífico autor de desgarradoras coplas con más paciencia que el Santo Job por aguantar a la Piquer. Y poeta inspiradísimo de la Generación del 27 que es su faceta más incógnita:
«…La saliva en mi boca se hizo nieve,
y me morí como un jacinto breve
apoyado en la rosa de tu hombro…»
En esta calle también vivió el escritor y cronista Manuel Cano y Cueto, madrileño de nacimiento y fallecido en Málaga pero cuya obra transcurre en Sevilla, que llegó a conocer bien por el legado de leyendas que recogió.
El escaparate del número 5 es el único comercio de la vía pero no atrae los ojos por eso sino por el magnífico muestrario que ofrece y es que aquí los hijos del gran Fernando Marmolejo siguen con la tradición orfebre. La entradita al taller nos permite ver más piezas expuestas sino hemos tenido emoción suficiente al contemplar una exquisita réplica de las filigranas del Tesoro del Carambolo.
Recuerden que las autoridades se niegan a que veamos el original y que antes del cerrojazo del Museo Arqueológico, la copia se veía en un triste y mal iluminado sótano. Aquí se aprecia mejor, créanme.
Y llegamos al número 2 que hace esquina y donde una cerámica encuadrada en yesería nos recuerda que aquí nació Manuel Machado (1874-1947), que era un año mayor que Antonio, el que nació en la calle Dueñas, como Chaves Nogales. Hay quien dice que ésta no es la casa exactamente y hay biógrafos que además del natalicio sitúan en ella el enlace de sus padres, Antonio Machado Álvarez “Demófilo” y la trianera Ana Ruiz. Manuel está bautizado en la Magdalena, Antonio en San Juan de la Palma en cuya iglesia se casará Manuel con una prima lejana, la sevillana Eulalia Cáceres Sierra.
Hemos recorrido la calle en sentido inverso como si viniéramos de Coulliere o de Burgos y es que si nos preguntamos cuánto queda para llegar a Sevilla, aunque estemos en ella o estemos lejos, todo nos recuerda a ella.