Por Virginia López.
Con el sentido recuerdo que escribió el vecino de la Alfalfa, Álvaro Pastor Torres, al cierre de la casi centenaria calentería, supe del chascarrillo de Paco Gandía: “tienes más entradas que la Alfalfa”.
¡noniná! Y no me había percatado hasta leerlo.
Pero fue plantarme un día delante y contar las ocho entradas que tiene la Alfalfa, reparando de inmediato que, en el imaginario colectivo, hay una, o como mucho dos, que hacen de entrada-salida, un ramal ancho que se ramifica en sus ramas en una semejanza al Guadalquivir y su anchurosa desembocadura en forma de estuario.
A la Alfalfa se llega por antonomasia por una de las dos calles más antiguas de Sevilla, la que quedó establecida como decumano, cuestión más que discutidísima, rebatida por los historiadores en la actualidad, pero de la que yo me resisto a apearme.
Y más de uno puede sorprenderse al leer que la Alfalfa no empieza en el actual espacio peatonalizado, esto es, las esquinas gastronómicas del antiguo Horno San Buenaventura, hoy Catalina La Barra y el incombustible Casa Diego.

Habría que girarse para ver el rótulo callejero en la esquina de la antigua caja de ahorros pero el Bar Alfalfa, en su edificio de 1931, auténtico faro vigía de la plaza, tampoco es el límite, sino el cruce de Águilas con Cabeza del Rey Don Pedro. En esas esquinas no hay un solo rótulo que lo indique, así que tienes que recurrir al callejero oficial para percatarte de ello, ver los números de las casas o simplemente haberlo sabido de toda la vida de Dios.
Así que tenemos una calle Alfalfa y una plaza Alfalfa.Y con distintos números de casas. Pobre personal de Correos.
La Alfalfa, que debe su nombre a la planta forrajera, cercana a la Plaza del Pan y colindante a la Plaza de la Pescadería, no estaba lejos de la Puerta de la Carne situada junto al Matadero. Para horror de los franceses, esas diásporas de la cesta de la compra eran un sinsentido y su afán racionalista les llevó a unificarlo todo en un Mercado central. La idea no era mala pero se llevó a cabo a costa de nuestro patrimonio, derribando los Conventos de la Encarnación y de Regina, para dejarlos como inmensos solares vacíos, tras perder la guerra.
Una especie de herradura abrazadora, a semejanza de la vaticana Plaza de San Pedro, se me antoja que es la Alfalfa.
Surge de la nada, o más bien de ese larguísimo decumano que es la calle Águilas, una vía que muda de nombre en pocos metros pasando de Luis Montoto, a Puerta de Carmona, mimetizada con San Esteban y a Águilas en un pispás. Sí, Luis Montoto empieza en la olvidada esquina de la ronda donde se unen Recaredo y Menéndez Pelayo, en la desconocida placita de San Agustín, igual que la Plaza de Pilatos – Sevilla es la única ciudad del orbe católico en rotular un espacio urbano con el malo de la Semana Santa – hace de frontera entre San Esteban y, la parte por el todo, según la gente, Águilas.
La Alfalfa empieza, en realidad, en la Cruz del Campo y en la Cruzcampo, la simbiosis de un eje religioso-cervecero que solo en Sevilla se hace realidad. Coja usted el caminito recto que le lleva sin desviarse a ver la Semana Santa sevillana del Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección entre cervezas en Casa Manolo.
Ahora mismo, a fecha de hoy, que de un día para otro el recuento se me descuadra, hay 12 establecimientos de restauración.

Echamos a andar desde el cruce de Águilas con Cabeza del Rey Don Pedro y nos para esa revirá que hace la calle Candilejo para buscar Corral del Rey. Seguimos andando y llegamos a la peatonalizada Alfalfa que cruzan Jesús de las Tres Caídas, de la Hermandad de San Isidoro, y Odreros. Nos desviamos para surtirnos de la librería de viejo Boteros y buscamos el punto exacto desde el que contemplar el Giraldillo, un Secreto de Sevilla que nadie ha desvelado. Inconfundible se nos asoma la cúpula de San Alberto, confundida con la del Salvador por los paganos en la materia.
Una zona vinícola desde el siglo XIV que se extendía hasta la actual Plaza del Cristo de Burgos. La acumulación de yemas de huevo, desechadas porque solo se usaba la albúmina de la clara en la clarificación del vino, fue felizmente solucionada por las agustinas de San Leandro.
El frontis izquierdo, disímil del diestro, se extiende sin solución de continuidad hasta la rampa que asciende hacia la Costanilla. Nadie llama la calle por su nombre Ángel María Camacho. Y mucho menos la que le sigue, Benito Pérez Galdós, sufrida calle para sus vecinos, punto de la noche sevillana venido a menos, pese a ese intento snob de convertirla en un Benita Soho a lo sevillano.
En medio, pero en eje asimétrico, el cierre angosto de la Alfalfa en la vieja Alcaicería de la Loza, la convierten en leve intersticio del decumano que, actualmente, muere en el número 18 de la calle Tetuán.

Foto del web Flamencas por derecho de la Flamencóloga Ángeles Cruzado Rodríguez
Giramos por la Alfalfa saludando el rótulo cerámico que rememora a la Niña de la Alfalfa – Rocío Vega Farfán nació en Santiponce a principios del siglo XX pero vivió desde niña en Boteros, proclamada Reina de la Saeta por el Rey Alfonso XIII, si bien en su juventud fue cantante de zarzuela y óperas – para asomarnos a Guadarmino, que así se llama esa calle en bucle que todos hemos pisado, sin identificarla, para cervecear.
El recuerdo a José Portal Navarro, rebosante de agradecimiento a su Cristo de la Salud de la Hermandad de San Bernardo por la recuperación de su padre, se metió bajo la trabajadera en la procesión más corta y certera al Cielo. En aquél aciago Miércoles Santo de 1986, en aquella esquina de la calle San Juan.
En Sevilla se ignora que tenemos Puerta e Iglesia de San Juan en puntos lejanos a esta desconocidísima calle de San Juan.
Y regresamos a la casilla de inicio de las calle Alfalfa.
Ocho son las embocauras de la Alfalfa, ocho: Jesús de las Tres Caídas, Ángel María Camacho, Alcaicería de la Loza, Benito Pérez Galdós, Guadarmino, San Juan, Odreros y Alfalfa.