Turismo, cómo y hasta dónde

En este momento estás viendo Turismo, cómo y hasta dónde

Por León Lasa. Abogado.

Ya sabemos –incluso los más críticos con esta cuestión– que hoy día, en tiempos de todavía aparente bonanza económica, la principal industria (servicio, en términos estrictos) del país, y no digamos de esta ciudad, es el turismo; que puede llegar a moverse alrededor del 15% del PIB, y que es el responsable esencial de la creación de miles de puestos de trabajo. Puestos de trabajo –insistamos en ello porque es importante- verdaderamente precarios, de nivel salarial muy bajo y muy vulnerables a la coyuntura económica. Pero parece que, tanto a nivel estatal como sevillano, no hay otra cosa. Este monocultivo al que nos hemos entregado es, al parecer, tan atractivo si no se alcanza un nivel de saturación, como molesto y pernicioso si se rebasa, lo que ya está ocurriendo en muchos puntos de la capital. Todos los conocemos. Sin duda se trata de un sector que hay que cuidar sí, y, sobre todo, encauzar, embridar, regular, o como le quieran llamar, de alguna forma, porque basta un paseo por el centro histórico para concluir que estamos llegando –si no se ha llegado ya- a un punto sin retorno en la conciliación de la vida de los residentes con la visita y esparcimiento de los foráneos. Turismo a cualquier precio desde luego no, en eso casi todos estamos de acuerdo. Vivo en el centro, y visto cómo en los últimos diez años, y más aceleradamente en los últimos cinco, han desaparecido bares de referencia, de toda la vida, de cañas y tapas sin tatakis y rissottos; cómo ha cerrado tiendas de cercanías, librerías, pequeños comercios de siempre; para que abran en su lugar decenas de dispositivos de recuerdos cutres, gastrobares de engañifa y heladerías sin personalidad. Una pena. 

Hace unos días, en un ejercicio de melancolía premeditada, con los primeros frescos de otoño, pasé una maravillosa tarde que inicie tomando una merienda en esa joya que es La Campana, continúe regalándome pequeños lujos en la papelería Ferrer, y la culminé con una sesión de cine en el Cervantes. Procuremos conservar esos pequeños tesoros que aún mantenemos. Y es que de la misma manera que hay emergencias medioambientales, muy llamativas por su propia naturaleza, creo que, al menos en nuestra ciudad, se está llegando a una emergencia turística mucho más larvada. No sólo por el número desaforado de visitantes, sino por –me temo, no manejo las estadísticas, me basta la visual- el bajísimo nivel de gasto de la mayoría de ellos. Mucho ruido, poca nueces. E igual que hoy consideramos incuestionable que las industrias se sometan a unas reglas ambientales estrictas, sería deseable que en no mucho tiempo consiguiéramos erradicar de la ciudad las secuelas más perniciosas del turismo de masas. Los expertos son los que deben trabajar en ello, y los políticos –aun soportando las presiones de los sectores afectados- los que deben aprobar y hacer cumplir las ordenanzas correspondientes. El centro cada vez está más cerca de ser Naciones Unidas Disneyland de pacotilla; y los residentes, figurantes tipo Mickey Mouse o el Pato Donald. Algunos nos negamos. 

Deja una respuesta