Por Virginia López.
Los cambios profundos y transversales que está experimentando – o sufriendo a juicio de algunos – el centro de Sevilla, no pasan desapercibidos por ningún sevillano. Sean asiduos o precisamente porque tarden en ir, a todos les ha pasado encontrarse con negocios cerrados, reemplazados por franquicias turísticas.
Pero en ocasiones, el cambio es ajeno a esa circunstancia, lo cual no quita un atisbo de pesar, cuando la familia no continúa con el negocio. Si ocurre con grandes empresas y marcas, ¿no va a pasar con pequeños negocios colmados de vocación?
Eso ocurre con la jubilación. Y aunque el calendario lo haga presente, aun nos coge desprevenidos. Sorprendente fue el cierre de la Librería Céfiro y sorprendente es el cierre de la Librería Reguera, la última librería de viejo cuño que cierra.
Pero un atisbo de alivio entremezclado con esperanza, dándole el toque literario que el asunto tiene por añadidura, nos llega con el traspaso.
La tienda de ropa no cuajó y hoy un bar ocupa el otrora coqueto local de Céfiro del que se perdió su rótulo cerámico. Otra salvajada como la de la Juguetería F. Cuevas. Crucemos los dedos para que la estrechez del Tremendo no pierda su qué.
Julio Reguera es el propietario de esta librería cuyos orígenes se encuentran en la papelería que tuvo su padre, situada en la Posada del Lucero. Siendo él un joven ayudante, tuve la idea de ir metiendo libros, de bolsillo y literatura en general, en el establecimiento, cambiando completamente de género cuando se hizo con el mismo en el año 1977. Por entonces se derribaron dos casas que hoy forman una sola en cuyo único local está la Librería Reguera. Nos cuenta Julio que los otros comercios colindantes eran la freiduría de Daniel Criado – no olvidemos que una pavía de Santa Catalina salvó a una joven Angelita Guerrero, la futura Santa Ángela de la Cruz – y Baldomero Relojero.
El Barrio de Santa Catalina es pequeñito pero el tramo de Almirante Apodaca dividiéndolo en dos, lo abre en canal desplumándolo, para disolverse en ese trozo de paso del centro que va de Osario a la Encarnación. Llevo más de 20 años viviendo en él y precisamente aquí he notado pocos cambios pero no me puedo dejar engañar, que pese a mi proverbial memoria, cuando el otro día vi la vuelta ciclista noventera pasando por la Ronda caí en la cuenta del cierre de comercios de los que no me había percatado, de lo asumido que estaba.
Se da la casualidad que este es el barrio de toda la vida de Julio y su familia. Su hermano Guillermo Reguera regentó la librería que abrieron en Ciudad Jardín cuando estaba Magisterio. Hoy, las calles universitarias están huérfanas de librerías, así como los campus, salvo el de Ramón y Cajal, con Yerma y La Ambulante.
A Julio Reguera su corazón le dio un sustillo poco antes de la pandemia. Su buena recuperación y que no solo no le afectara al negocio, sino que notara cierto incremento, le hizo continuar al frente del mismo. Precisamente la bonanza que ha experimentado la librería – con buenas campañas navideñas – es el merecido broche a su trayectoria.
Charlando con él, me cuenta cosas del barrio, su impresión, mucho más cercana y extensa, coincide con la mía.
Comenta que se conserva en Santa Catalina un suave recambio generacional, donde perviven negocios de 30, 40 años o más, con escasas pérdidas.
“Los que tenemos la suerte de vivir aquí donde trabajamos, gozamos de ese sentimiento de pertenencia e interactuamos con los vecinos. El barrio tiene cierta seña de identidad propia y yo tengo el orgullo de ser librería de barrio”.
Respecto a los cambios generacionales de lectura, me comenta que no ha notado un vaivén llamativo. Lo mejor de su trabajo ha sido la “cercanía y la complicidad con los clientes, que ya se convierten en amigos.” Junto con el “disfrute de las novedades y el acceso en prontitud.” Y por supuesto conocer a tantos autores.
Me gustaría reseñar que Reguera ha sido una librería muy completa, con un ajustado equilibrio entre novedades, libros comerciales, infantiles y literatura en general. El no especializarse y el tener siempre un abundante fondo con todas las novedades, en un local recoleto por el que no ha pasado el tiempo, le ha dado ese valor intrínseco del que he gozado extraordinariamente como lectora. Un lugar abierto como refleja bien su logo.
46 años que dan para escribir un libro, si caemos en el tópico de las anécdotas. Los libros y temas más raros, las confusiones, la ilusión y la alegría de hallar justo lo que no buscabas o al contrario, la maravillosa serendipia de salir del local con el libro bajo el brazo que nunca imaginaste. Yolanda, que trabaja allí, tuvo su Calle Rioja, de la mano del magistral Paco Correal, recreando aquella vez que un bohemio cliente, le comunicó la extraordinaria cola de gente que estaba en Reguera y no en el Tremendo. Me viene a la memoria cómo Luis Salas (qepd) te orientaba, si eres capillita Reguera está al lado de Santa Catalina, si eres de cervecita, está al lado del Tremendo.
Formidable binomio, Tremendo y Reguera que nos ha proporcionado tantas horas de deleite. ¿Existe alguna manera de alimentarse material y espiritualmente?
“Las librerías no solo resisten, sino que se reinventan y yo no les auguro un futuro negro, al contrario”. Julio nos deja esta reflexión. “Gracias a la pandemia la gente ha recuperado la tranquilidad y el sosiego de la lectura en papel. Amazon está bajando en la venta de libros mientras que las librerías suben porque entrar en el juego de una enorme multinacional del calibre de Amazon, que tiene de todo menos corazón, es ponerse en manos de lo debe ser rechazado: baja fiscalidad, plusvalías fuera del país, etc.”
Y añade el valor de que la gente se identifique, valore y apueste por el comercio de barrio con “una posición de solidaridad”.
Está previsto su cierre para el 27 de febrero y desde mediados de mes habrá ofertas y saldos de libro.
Desde aquí le deseo a Julio una buena jubilación (un afectuoso saludo de parte de Verónica) y la gratitud del mimo que siempre tuvo con mis publicaciones, expuestas en el escaparate y en primera línea de estantería. Y le doy una calurosa bienvenida a La Botica de los Lectores.
Los libros permanecen en el corazón de Santa Catalina.