Por Miguel Ángel Vázquez.
Uno de los errores más comunes en política es creer que los problemas se solucionan solos con el transcurrir del tiempo o desaparecen por el mero hecho de negar la evidencia. En ese yerro anda enredado el Gobierno de Andalucía con el caos que ha causado su gestión de la sanidad pública. Están en el Palacio de San Telmo tan cegados por la soberbia que se muestran refractarios a la autocrítica y desprecian el unánime clamor ciudadano exigiendo soluciones urgentes.
El último gesto de altanería tiene la rúbrica del presidente andaluz, que ha dejado vacío el escaño en el Parlamento autonómico durante el pleno extraordinario forzado por la oposición por la manifiesta incapacidad y falta de reacción del Servicio Andaluz de Salud ante el colapso sanitario. Juan Manuel Moreno Bonilla hizo dejación de responsabilidades, se escabulló de la desacralizada Iglesia de las Cinco Llagas como alma que huye del diablo y se fue a hacer campaña electoral a Salamanca. Huir de la realidad o hundir la cabeza en la tierra como los avestruces no parecen las respuestas más adecuadas ante quizás el problema más acuciante hoy en día para los ciudadanos de esta comunidad autónoma. Este alarde chulesco sólo se entiende desde el pensamiento de alguien que se cree superior y osa a faltarle el respeto a la gente, denigrar las instituciones y empobrecer la calidad de nuestra democracia.
La sanidad pública es uno de los grandes logros conquistados por la sociedad andaluza y en los últimos tres años ha sufrido un deterioro progresivo hasta provocar una auténtica alerta sanitaria. Salvo el Gobierno andaluz, nadie discute el colapso que sufre la sanidad pública. El sistema hoy hace aguas por todos sitios, una deriva preocupante que padecen a diario millares de usuarios y los propios profesionales, que se enfrentan a una carga de trabajo insoportable.
La expulsión del sistema de 8.000 sanitarios a finales de octubre ha provocado efectos devastadores. Y otros 12.000 más están en peligro porque sus contratos finalizan en marzo. El profundo deterioro, causado de manera intencionada por el Gobierno de las derechas para favorecer a la sanidad privada, se ha cebado especialmente en la atención primaria. Centros de salud colapsados, urgencias de hospitales saturadas, áreas de atención cerradas, espera de 15 días para conseguir una cita para el médico de familia, personas haciendo colas durante horas para ser atendidas o resolver trámites, enfermos crónicos y graves olvidados, ‘Salud Responde’ no responde o lo hace tarde y mal, la lista de espera para especialidades se ha disparado un 20%… La insuficiencia de profesionales sanitarios hace que Andalucía esté a la cola en España en la dispensación de la tercera dosis de la vacuna del Covid.
Y esta emergencia sanitaria no se puede esconder detrás de la pandemia. Con esa coartada se han dejado de atender otras enfermedades que están provocando empeoramiento de cuadros clínicos e incluso muertes que se podrían haber evitado. Todo obedece a una gestión muy deficiente y a decisiones políticas del Gobierno que preside Moreno Bonilla, con el único interés de beneficiar a intereses privados, sin importarle el daño que están ocasionando a un patrimonio que es de todos y todas como es la sanidad pública. Al Gobierno de Andalucía no le falta dinero, le falta voluntad política y sensibilidad para ponerse en el lugar de personas que no pueden ir a su médico. De este modo, aunque le guste el escapismo político, todo el mundo sabe que el verdadero culpable de este caos tiene nombre de árbitro de fútbol malo: Moreno Bonilla.