Por Raúl Delgado.
A ninguno de los dos les ha ido mal, si hablamos de carnaval. Fueron herederos del mismísimo Conde de Salvatierra Tercero Izquierda e incluso llegaron a formar parte de una coral con participación en El Vaticano, a las órdenes del Padre Benjumea, otro Cantor de Híspalis, como aquel Pascual, eterno trovador y que, permítanme, siempre recordaré en aquellos años de barrio. Fueron ellos, siempre rodeados de los suyos, los que recogieron el testigo de las chirigotas sevillanas que por esos años del dos mil, deambulaban a medio caminar entre Sevilla y Cádiz y no precisamente a catorce asaltos.
Dicen que, en plena guerra de Escocia, uno que le dio por escribir, uno que atiende a Lolo Seda, que, por Cádiz, lo conocen bien, los alistó en plena guerra de la independencia de Escocia, en el bando del clan de los Mc’Arras. Dicen que la pelea fue mala y al año siguiente se dedicaron al baile para demostrar su arte en la pista, pero no cuajó, así que cambiaron la gomina y los pantalones de campana, por unos votos camperos y con ellos emprendieron un nuevo camino, pero nada, tampoco les valió, y después con el tiempo vieron que quizás su verdadero camino estuviera a lomos de un caballito, que correr, corría poco y así año a año, con vergüenza torera, fueron dándonos las buenas noches.
El camino emprendido, de año si y año también, fue sembrando una semilla por Sevilla, por esos barrios poco acostumbrados a escuchar el ritmo del tres por cuatro chirigotero. Y uno de aquí, otro de allí y una de allá, se juntaron para crear sus propias agrupaciones. De nada se conocían entonces, quienes hoy se suben a las tablas del Falla o fueron de los que se juntaron para cantar por navidad por las calles de Sevilla, o callejeras por tierras gaditanas. Fueron ellos, el payo y el gitano, los que, sin darse cuenta, hicieron el testigo perfecto al que muchos y muchas se agarraron como faro, de distintas ramificaciones, pero con una misma raíz.
Ahora, ya con el traje rasgado de un peaje sin vuelta atrás, conviven los dos tras un micrófono, compartiendo música de Raya Real y de vez en cuando, el gitano, haciendo sus pinitos, en aquella vieja Sociedad Española de Radiodifusión. Tal vez, Alvarado y Vergara, Vergara y Alvarado, con el paso que marca la lentitud del tiempo, como ese que pasa cuando suena un tango en la plaza, un día lleguen a darse cuenta, que fueron la unión entre el carnaval que en nuestra ciudad apenas se hacía y el carnaval al que ellos dieron el pistoletazo de salida, sin saber de la magnitud y continuidad de todo lo que ello conllevaría.