Por Miguel Ángel Vázquez.
Dice el dicho popular que quien mucho habla, mucho yerra. En la esfera pública la sobreexposición comporta ciertos riesgos. No se comunica más por estar todos los días en el candelero. Antes el contrario, se multiplican las oportunidades de pisar charcos o meter la pata. Éste es el caso del protagonista, en negativo, de los últimos días en la política autonómica: Juan Marín, vicepresidente del Gobierno de Andalucía. Este político de Ciudadanos, con afán indisimulado de volver al PP tres décadas después y tras haber transitado por otras cuatro fuerzas políticas, derrocha una incontenida voracidad por acaparar focos y titulares.
Marín, en su acción política, se comporta como un nuevo rico. Va siempre de sobrado, mirando por encima del hombro, haciendo ostentación de la chequera (que no es suya, sino de todos los andaluces) y dando lecciones a sus adversarios políticos desde una engreída atalaya de superioridad moral. Va levitando en una pasarela de vanidad ante el aplauso acrítico de su círculo de confianza. Tanta contemplación, por no decir adulación, lo sitúa en el pedestal de un monumento que, a veces, parece erigido a la estulticia. Se ha creído que es el rey del mambo. Lo retrata bien el columnista Carlos Mármol cuando, con buenas dosis de retranca, lo llama “El Adelantado”.
El vicepresidente, que se encarga con gusto de hacer el juego sucio al PP, vive en un campo de minas dentro de un partido en descomposición y cuenta con un grupo crítico ansioso por ajustarle cuentas, le tienen muchas ganas. Desde este fuego amigo se ha deslizado hace unos días la filtración de un audio donde Marín desvela a sus correligionarios de Cs la estrategia para no aprobar los presupuestos por parte del Gobierno andaluz. Este bombazo periodístico lo ha colocado en el disparadero y aboca a un inevitable adelanto electoral ya consumado el rechazo de las cuentas de 2022 en el Parlamento autonómico.
En lugar de intentar minimizar la crisis generada por la grabación filtrada por íntimos enemigos naranjas, Marín se ha lanzado a un carrusel de entrevistas que ha ido agravando el problema y multiplicando la onda expansiva de un gazapo monumental. Ha culpado al PP nacional de estar detrás de una operación para forzar el adelanto electoral que tanto ansía Pablo Casado; ha sacado a los medios y sin capote al presidente de la Junta, que ha gobernado siempre parapetado en el burladero; ha mentido una vez tras otra haciendo cada más grande la montaña de su inconsistencia, hasta el punto de que sus socios del PP le han reprochado el error, que podría abocar a Moreno Bonilla a un desenlace precipitado de la legislatura, y los partidos de la oposición han pedido su dimisión. En esa espiral de vanagloria que lo rodea, y preguntado por si piensa renunciar a su cargo, respondió sin empacho: “¿Dimitir? ¿Por qué? Si lo estoy haciendo bien”. El hombre no tiene abuela.
Marín ha perseverado imperturbable en su pifia en una huida hacia adelante desquiciada y egocéntrica. No hay torrija que edulcore o suavice tanto despropósito. En ese afán de protagonismo sin medida, se grabó un vídeo haciendo este sabroso producto en los peores momentos de la pandemia. Mientras que la sociedad sufría y vivía sumida en la incertidumbre, el número dos del Gobierno andaluz hacía pinitos en la cocina… Tanta frivolidad muestra la dimensión de su talla política. Lo vano es equivalente a vacío. Y es que, como nos enseñó Balzac, la vanidad es propiedad de aquellos que no tienen otra cosa que exhibir.