Por Avanti.
No, no digo que reces el rosario a las doce cual cura que quiere ganarse el cielo a base de codazos en el púlpito mientras no es capaz de perdonar al camarero que le ha tirado el tinto encima.
Te hablo de un rosario de plazas y plazoletas que sonríen cada vez que te ven aparecer por la esquina cual primera pareja de ciriales.
Cada vez que vuelvo a mi pueblo me las encuentro. Ellas siguen con la misma edad, yo no. Por cada adoquín que ellas ponen para llegar a tocar el cielo yo pongo un manojito de arrugas.
Si tu madre te paseó y tu paseas a tus chaveas, esa, esa plaza es más tuya que los apellidos que acompañan tu nombre cual mozos de espadas infatigables.
Balonazos al aire en mi Gavidia. Balozanos al aire para que las palomas se asusten y vayan buscando como agua de mayo el uniforme del Nuevo Liceo colgado en el tendedero de la felicidad para cagarse encima de la camisa de rallas.
El cielo azul más sevillano el de mi plaza del Salvador. La plaza del brindis eterno y del abrazo al amigo que viene o va. La plaza con la luz más poderosa que existe, esa luz que no sale, se pare.
San Lorenzo no es una plaza, San Lorenzo es algo más.
Plaza de color “amor cásate conmigo”, plaza de estoy llegando y jamás me iré. Plaza de apagar el móvil y encender el alma. Plaza entre plazas.
La plaza que te recoge en la caída. La plaza que guarda lo único que te quedará cuando lo pierdas absolutamente todo, la Soledad.
San Andrés, la plaza que mejor te pone la espuma de afeitar en el cuello para que la guillotina del recuerdo haga el menor daño.
La plaza de las rodillas levantadas y los antifaces bajados hasta que entra el último tramo. La plaza del bautizo y el pijama de madera. La Plaza.
Plazas que le dan un tiro al entrecejo de la pena cada vez que pisas esas teselas de amor, paz y recuerdo que son sus adoquines.
Y es que amor mío, si tienes una plaza donde caerte vivo es que aún hay una Esperanza donde agarrarse.