Por Raúl Delgado.
Mucho se lloró por la muerte de Manuel, el pobre, allí expuesto como si de un Santo se tratara, a la veneración de los fieles en el Gran Teatro Falla. Luto riguroso, caja de madera de la regulera, que el dinero estaba escaso y quince fieles a su lado para decirnos que Manuel era muy sieso, muy desagradable y que por encima de todo le pedían, no te vayas todavía.
Manuel murió y lo llevaron en andas, como a los grandes genios, desde San José de la Rinconada, hasta Sevilla, junto a Madre Dolores Márquez. Dicen que enterradito quedó y para que nadie lo olvidase, se levantó donde sus restos, un café cantante para que las penas fueran alegrías y los llantos risas. Un lugar que bautizaron como Platea y allí Manuel, dicen que aparece y desaparece como el humo de un cigarro, cuando en el escenario empieza a sonar el tres por cuatro carnavalero.
Allí, como si algo extraño ocurriera, se acorta la distancia con Cádiz, que te hace estar sin estar; como si caminaras por sus calles, pero en realidad no pisas su suelo e incluso dicen que, si cierras los ojos, te llega ese olor de la mar, de esa playa Caletera, sin estar siquiera cerquita de ella.
Platea recoge el testigo de aquellas peñas carnavalescas de nuestra ciudad, ya desaparecidas, como fueron «El Maspapas» y «Los Caperucitos» y es punto de encuentro, lugar de reunión para los aficionad@s del carnaval gaditano y sevillano en nuestra ciudad. Y cuando el escenario queda en el más absoluto silencio, dicen que la palabra se vuelve tertulia y se escucha a los que conocen el Carnaval; los entendidos que nada saben; los que poco conocen y quieren conocer; los que simplemente gustan de escuchar carnaval o tan sólo los que quieren pasar un rato entre amigos.
Si van por allí, pásenlo bien y si por favor ven a Manuel, díganle que le manda saludos este que le escribe.