Por Raúl Delgado.
Noche de carnaval en Plaza de San Francisco, noche cerrada de sábado, fría como acostumbra a hacer en Sevilla en el mes de febrero. Noche de unión entre dos ciudades hermanas, por Cádiz un son de piedra nos recordaba que «Coro y tango son cultura, la música que perdura, como más pura en el carnaval», por Sevilla, unos moracos de Triana hablaban de su barrio «… que tiene una historia, grande y generosa, un barrio tan torero, que hasta un alfarero baila en una loza».
Llegó esa hora en que el escenario se quedó mudo, solo los papelillos delataban lo que allí había ocurrido tan solo un momento antes. Joaquín Quiñones, antifaz de oro del carnaval de ese año, hacía un buen rato que había presenciado la actuación de su comparsa desde la cárcel vieja; Tino Tovar se despidió igualmente con la suya en las estaciones y el Selu, también hacía ya tiempo que se fue con su chirigota, lo tenía muy claro, ellos decían que hacían lo que diga mi mujer.
Entre despidos y abrazos, recuerdo el momento de aquella charla con aquel señor que se me acercó y me preguntó si yo era el que estaba investigando el carnaval de Sevilla. Al verlo, sí, sabía quién era, pero sinceramente no supe cómo reaccionar. Me lo puso fácil, siempre se lo agradeceré. Alfredo, mejor Alfredo, solo me lo tuvo que repetir una vez.
Quería saber de la historia del carnaval de Sevilla. Le hablé de aquellos años en los que Antonio Rodríguez Martínez «El Tío de la Tiza» sacaba en nuestra ciudad aquellas agrupaciones como «Los Canarios» o «Los Japoneses», de la cabalgata en el Domingo de Piñata, del carnaval que hubo aquel año de la Exposición Iberoamericana, de las murgas del Regaera, del maestro Bernal o Manolín, de aquella participación primera de Los Caperucitos enrollaos en el concurso carnavalesco gaditano, el carnaval que se organizaba en los colegios a mediados de los ochenta y como venía aumentando la afición por el carnaval gaditano en nuestra ciudad.
Cortaba la conversación en aquella charla, quería saber mucho. Llegó un momento en que en un papel dejó escrita unas notas. Nunca supe lo que allí volcó la tinta. Pedía disculpas, cuando hacía una pregunta y otra, la conversación, amena y él, cercano. Un apretón de manos cerró el encuentro. Quizás, fue de las pocas personas, que en tan poco tiempo había mostrado tanto interés por saber, por conocer el carnaval de su ciudad, porque así la sentía y la llamaba, repetía, su ciudad, su Sevilla.
Hoy, recuerdo todo esto al volver a ver esas fotografías de aquella noche de hace ya veinte años, tomadas con cámara analógica, nada digital. Esas imágenes que se guardan entre documentos y apuntes, de ese libro, «Sevilla en el Falla», que si algo de esos años de investigación uno guarda con cariño, son estos momentos que recordaré siempre.
Gracias por esa charla Señor alcalde, bueno, Alfredo, ojalá un día volvamos a retomarla y hablar de carnaval.